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Voto de Chagolate con churros:
6
9 de marzo de 2011
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rodada con cinta, Antonioni experimentó con la posibilidad que el medio ofrecía (¡aayy ya tengo cabeza de turco para la ola digital que asola hoy en día nuestras pantallas!). En la sala, jugó con los colores de forma que pudieran transmitir la emoción de los personajes o de las situaciones que estaba narrando:
“El Misterio de Oberwald, desde mi punto de vista, era una historia odiosa. No me gusta nada. Sin embargo me sentí aliviado. Libre de dejarme llevar por ciertos gestos técnicos. No es una película <de>, es una película <dirigida por>.”
“En un primer momento parece un juego. Te ponen delante de una consola cuya manipulación puede añadir o quitar color, intervenir en su calidad y en las relaciones entre las varias tonalidades (…). Te das cuenta de que no se trata de un juego sino de una manera nueva de hacer cine. Un nuevo modo de utilizar el color como medio narrativo, poético.”
El resultado es sin duda interesante. Chapucero, pero interesante. Mirado en retrospectiva, no hay ningún momento en que el uso mecánico del color me enfatizara la acción. Si lo consiguió mucho antes en “El desierto rojo”, buscando la disyunción cromática desde la propia puesta en escena. No dudo de la intencionalidad de Antonioni, pero como me pasa con el digital de hoy en día, lo observo como un parche al resultado final. En el momento en que la manipulación adquiere más importancia que el cuadro, la película está fallando en sus bases cinematográficas.
No pasa lo mismo cuando el director juega con las sombras en la primera parte de la película, ya que estos juegos de transparencias y encadenados (unidos al uso de los sonidos), consiguen una atmósfera inicial muy interesante, cercano al cine psicológico. La aparición de Sebastian (Franco Branciaroli) tras la fotografía del rey, no puede dejar indiferente al espectador. Nada que ver, por cierto, con la “pomposa” aparición de Estanislao (Jean Marais) en la obra original de Cocteau. Antonioni se mantiene fiel al trabajo original del galo, modificó mínimamente los diálogos dotándolos de mayor frescura. Algo no muy complicado cuando la obra a adaptar es de Cocteau, cuyo trabajo con los actores siempre ha estado supeditado al físico (masculino, evidentemente) sin importarle la nula credibilidad que emanaba al personaje.
“Me he mantenido en una posición de distancia respetuosa frente al original, pero he tratado de evitar que mi naturaleza de cineasta fuese aniquilada. Espero que algunos ecos de esta naturaleza se hagan notar, aquí o allá.”
Otro de esos ecos, lo podemos encontrar cercano ya el desenlace final.
(Es imposible seguir desgranando, sin embadurnarnos destripando la película. Y ya puestos, destripo la original: http://www.filmaffinity.com/es/film163251.html)
“El Misterio de Oberwald, desde mi punto de vista, era una historia odiosa. No me gusta nada. Sin embargo me sentí aliviado. Libre de dejarme llevar por ciertos gestos técnicos. No es una película <de>, es una película <dirigida por>.”
“En un primer momento parece un juego. Te ponen delante de una consola cuya manipulación puede añadir o quitar color, intervenir en su calidad y en las relaciones entre las varias tonalidades (…). Te das cuenta de que no se trata de un juego sino de una manera nueva de hacer cine. Un nuevo modo de utilizar el color como medio narrativo, poético.”
El resultado es sin duda interesante. Chapucero, pero interesante. Mirado en retrospectiva, no hay ningún momento en que el uso mecánico del color me enfatizara la acción. Si lo consiguió mucho antes en “El desierto rojo”, buscando la disyunción cromática desde la propia puesta en escena. No dudo de la intencionalidad de Antonioni, pero como me pasa con el digital de hoy en día, lo observo como un parche al resultado final. En el momento en que la manipulación adquiere más importancia que el cuadro, la película está fallando en sus bases cinematográficas.
No pasa lo mismo cuando el director juega con las sombras en la primera parte de la película, ya que estos juegos de transparencias y encadenados (unidos al uso de los sonidos), consiguen una atmósfera inicial muy interesante, cercano al cine psicológico. La aparición de Sebastian (Franco Branciaroli) tras la fotografía del rey, no puede dejar indiferente al espectador. Nada que ver, por cierto, con la “pomposa” aparición de Estanislao (Jean Marais) en la obra original de Cocteau. Antonioni se mantiene fiel al trabajo original del galo, modificó mínimamente los diálogos dotándolos de mayor frescura. Algo no muy complicado cuando la obra a adaptar es de Cocteau, cuyo trabajo con los actores siempre ha estado supeditado al físico (masculino, evidentemente) sin importarle la nula credibilidad que emanaba al personaje.
“Me he mantenido en una posición de distancia respetuosa frente al original, pero he tratado de evitar que mi naturaleza de cineasta fuese aniquilada. Espero que algunos ecos de esta naturaleza se hagan notar, aquí o allá.”
Otro de esos ecos, lo podemos encontrar cercano ya el desenlace final.
(Es imposible seguir desgranando, sin embadurnarnos destripando la película. Y ya puestos, destripo la original: http://www.filmaffinity.com/es/film163251.html)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Antonioni, haciendo uso del fuera de campo, recoge el suicidio de Sebastian; mientras que en la obra original de Cocteau, vemos como Estanislao toma el veneno del medallón. Antonioni siempre es más sutil.
Si me ciñera al “story board”, me atrevería a decir que el final del francés me gusta más: el regicidio con puñal (de la misma forma que murió el rey), con la escalera de por medio, ella subiendo con la daga clavada en la espalda. Sale al balcón, la banda toca y ella saluda. Se tambalea. Hasta aquí visualmente es muy potente. Pero ella no termina de caer, sino que sigue tambaleando, mira al cielo, a la cámara, a los figurantes, al maquillador... sigue en pie, tambaleándose. Mientras, Estanislao, sigue su figura con cara de pardillo (como en toda la película) y sigue con su mirada al cielo protector. Es todo tan, tan teatral, que me dan ganas de entrar en la película y darle dos tiros a cada actor para que acabe la tragedia de una ver por todas.
Con Antonioni, como no, todo es más sobrio. Visualmente es inferior, el juego de las escaleras y con ello la figura de la reina en lo alto no existe; pero los actores cumplen. No existe esa premeditada búsqueda del énfasis que tiene Cocteau.
Si me ciñera al “story board”, me atrevería a decir que el final del francés me gusta más: el regicidio con puñal (de la misma forma que murió el rey), con la escalera de por medio, ella subiendo con la daga clavada en la espalda. Sale al balcón, la banda toca y ella saluda. Se tambalea. Hasta aquí visualmente es muy potente. Pero ella no termina de caer, sino que sigue tambaleando, mira al cielo, a la cámara, a los figurantes, al maquillador... sigue en pie, tambaleándose. Mientras, Estanislao, sigue su figura con cara de pardillo (como en toda la película) y sigue con su mirada al cielo protector. Es todo tan, tan teatral, que me dan ganas de entrar en la película y darle dos tiros a cada actor para que acabe la tragedia de una ver por todas.
Con Antonioni, como no, todo es más sobrio. Visualmente es inferior, el juego de las escaleras y con ello la figura de la reina en lo alto no existe; pero los actores cumplen. No existe esa premeditada búsqueda del énfasis que tiene Cocteau.