Construida como una versión ligera y optimista de la superior "Magnolia" (dejo a un lado la famosa "Vidas Cruzadas" porque siempre me ha parecido sobrevalorada, pretenciosa, y sobre todo un tostón de mucho cuidado), Jugando con el corazón, estúpido título donde los haya, es una pequeña y olvidada joya de ese cine pequeño y mal promocionado, película que habla de temas universales mil veces hablados, pero lo hace con una madurez, naturalidad y maestría envidiables, sobre todo teniendo en cuenta que podría caer en el sentimentalismo y la cursilería con facilidad. La película está construida como un lienzo de seis historias de personas perdidas de por sí y en una ciudad como Los Angeles con el común denominador de sus flaquezas con el amor y del papel que este juega en sus vidas. La película, por argumento, no es un alarde de originalidad en absoluto, pero posee una elegancia en su puesta en escena (y el uso de una música tan hipnótica como el Jazz), y sobre todo, la sobriedad de un guión, lo que le da las cotas de calidad que alcanza. Porque el guión acierta de una forma mimética tanto en su estructura como en su desarrollo, en los inteligentes diálogos y en la espléndida descripción y relación de personajes. Pero la película no sería lo que es si no fuera por la elección del reparto, lleno de actores espléndidos que consiguen hacer humanos una serie de personajes nacidos del más puro amor de su guionista y director por la historia. Todos ellos crean unas caracterizaciones espléndidas, lejos de excesos y pretenciosidad, luciéndose en cada minuto que aparecen en pantalla. Gillian Anderson y Jon Stewart pasean su indudable carisma por sus escenas comunes, difíciles de interpretar y de empalizar. Sean Connery y Gena Rowlands se alejan de excesos e otras caracterizaciones y muestran una química y una capacidad de registros impresionante. Ryan Phillippe, actor dado a pasar desapercibido en sus trabajos y Jay Mohr, dado a la sobreactuación, componen dos de sus mejores y más pulidas y mesuradas interpretaciones. Madeline Stowe ofrece una elegante y creíble caracterización como era habitual antes de desfigurarse la cara en un quirófano. Dennis Quaid hace de la sutileza un arma, y convierte su ser en alguien profundamente complejo y humano. Sus escenas en bares o con Storwe son espléndidas. Pero el alma de la película es sin lugar a dudas Angelina Jolie, en una aplaudida y probablemente su mejor interpretación con “Gia”, un prodigio de naturalidad, energía, elegancia, de un magnetismo absoluto (sino vean simplemente la primera secuencia de la cinta, clave por otra parte de todo el mensaje de esta). Son sus escenas las que captan más emoción y atención de una película pequeña y recomendable, sincera y emocionante.