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España España · Cáceres
Voto de Sinhué:
6
Drama Marga, una mujer de casi setenta años, anuncia a sus tres hijos que quiere vender la casa de verano familiar para luego dedicarse a viajar. Por tanto, los invita a pasarse por allí lo antes posible para elegir muebles, enseres o recuerdos que quieran conservar antes de que la venta se lleve a cabo. Héctor, el hermano mayor, propone aprovechar el mismo fin de semana en el que deshagan la casa entre todos para celebrar en familia su boda ... [+]
22 de octubre de 2016
28 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
En algún momento, de los buenos, esta primera obra cinematográfica de Miguel del Arco te hace recordar a la familia Panero de El desencanto (Jaime Chávarri), o incluso Celebración (Thomas Vinterberg). Durante gran parte del relato la tensión dramática se mantiene y el equilibrio entre las difíciles situaciones existenciales de la familia y el escudo intelectual, y con cierto humor, ante las adversidades, te hace creer que nos encaminamos hacia un desenlace, cuanto menos, interesante. Pero hete aquí que al realizador se le apaga la luz en el último cuarto de hora y, bajo mi humilde punto de vista, estropea un buen trabajo actoral y un guión que, partiendo de un arranque mitológico y teatral estaba defendiendo con dignidad.

La maldición que parece acechar a este singular grupo humano desde que Leo, el padre/abuelo actor, preconizara años atrás que las hijas de Urano no cejan en su venganza hasta haber castigado a los responsables de destrozar las familias, se està desencadenando de manera imparable. Las relaciones envenenadas y los secretos pútridos irán mostrándose de forma catártica en una reunión que lleva en el lote: una boda inesperada, la venta de la mansión de los Alegre, ajustes de cuentas, el reencuentro con la apolillada memoria y la sanitaria necesidad del definitivo olvido.

En la acumulación de hechos incontrolados que afectan, de manera vital, a cada uno de los personajes es donde el realizador/escritor pierde la brújula, se pierde él y hace que se pierdan los intérpretes. A menos que el perdido sea yo y no haya sido capaz de encontrar, en la maraña, el oculto atajo capaz de conducirme a una pradera luminosa.
Sinhué
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