En la primera escena aparece el joven cardenal Rodrigo Borgia compartiendo tálamo con la futura madre de sus hijos, Vannozza Cattanei. Le interrumpe el imberbe obispo Giuliano della Rovere, posterior rival suyo en intrigas vaticanas, comunicándole que su tío, el papa Calixto III, está en las últimas y que quiere verlo.

Creo que en esta película aparece cuatro papas: Calixto III, Pío II, Alejandro VI y Julio II. Todos de cuidado. Sólo dos salen el cónclave que se fabula, basado por lo visto en una leyenda popular romana. Me da igual si lo que cuenta es cierto o no. Ambiciones, puñaladas traperas, ofertas que no se pueden rechazar y demás malidicencias. Vamos, todas esas cosas que entretienen en una película. La beatería en cine suele ser aburridísima. Todo eso me lo creo y más, y extrañamente me reconforta.

Hoy en día está de moda mostrar la cercanía o rechazo a la Iglesia por las virtudes o defectos de sus papas, obispos y la denostada curia. ¿Por qué? No lo entiendo. Si existe Dios, en su propia esencia es Inmutable, así que el gran milagro es que esa inmutabilidad la haya conservado la Iglesia bajo el mando de esta gentuza que retrata la película, a la que tampoco critico porque yo haría aún más barbaridades.

No sé, pero yo en tiempos de grandes marejadas y timoneles perversos vislumbro a proa el halo del Espíritu Santo.