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Western
Tras ver morir a su marido a manos de un despiadado cazarrecompensas (Klaus Kinski), una mujer (Vonetta McGee) contrata a un mercenario, apodado Silencio (Jean-Louis Trintignant), para que acabe con el asesino de su marido. (FILMAFFINITY)
4 de julio de 2008
42 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al hablar acerca del spaghetti western, resulta difícil no caer en el convencionalismo de focalizarlo el epítome genérico en Sergio Leone, y es algo no demasiado erróneo, debido a que es un género que, casi todo lo que aportó al cine moderno, surgió de la mente del genio romano, tanto su gusto por la violencia seca y abrupta, como su brillante planificación, capaz de esculpir el tiempo de una manera primorosa, así como el regusto por la artificiosidad y el tono burlesco de su obra. Eran escasos los directores que han conseguido que sus cintas encajen bien, dentro de los cuales destaca Corbucci, suerte de remedo leoniano que tuvo notoriedad a raíz del triunfo de la irregular Django, revolucionaria más allá por su exagerado hiperrealismi más que por sus formas narrativas y su nulo guión. Buen cineasta de un talento más visual que otra cosa, en su cine se pueden discernir varios elementos que le colocan en una zona media entre los irregulares directores del género y el dios de este, el ya mencionado Leone, como puede ser su gusto por la tragedia o su gusto por las situaciones altamente barrocas y paroxistas. Con buenas cintas, como El mercenario, su gran obra maestra es El gran silencio, uno de los westerns más extraños y pesimistas que se hayan realizado jamás en toda la historia del cine, especialmente dentro del spaguetti western, donde, si bien es cierto que las historias solían carecer de profundidad debido a que la principal función era entregar una ensalada de tiros, solían reconocerse por su final feliz, con personajes fanfarrones y chulescos, y un carácter que, más que misógino, algo de lo que Leone fue acusado, podría decirse asexuado, y cierto tono épico que era rebajado por la comicidad de varias secuencias. Pues Corbucci rompió con todo aquello y realizó una cinta alejada de convencionalismos, ya que, para empezar, se lleva la historia del desierto a la nieve más extrema, y donde la profundidad de la historia triunfa por encima de la brillante puesta en escena y donde la épica queda borrada de un plumazo debido al elemento negativista que pesa sobre toda la película, ya que hasta Ennio Morricone borra sus trompetas y deguellos para realizar una partitura intimista y sobria.
Si el western es por sí mismo el género cinematográfico por excelencia, podemos afirmar que el spaghetti es la sublimación de todos los valores de la leyenda, siendo una visión casi infantil de la historia del oeste norteamericano, contada a modo de cuento con un halo poético bastante desvirtuado, quien realizó aquí un profundo análisis de la condición humana en un western puramente humanista, como una suerte de Robin Hood. Corbucci habla en la película acerca de ese choque entre fuerzas, de la violencia imperante en una nación joven y de cómo las leyes llegan al salvaje oeste y la legalidad que ampara a una nación en la que tener un arma te posibilita poder matar a alguien si es en defensa propia.
Si el western es por sí mismo el género cinematográfico por excelencia, podemos afirmar que el spaghetti es la sublimación de todos los valores de la leyenda, siendo una visión casi infantil de la historia del oeste norteamericano, contada a modo de cuento con un halo poético bastante desvirtuado, quien realizó aquí un profundo análisis de la condición humana en un western puramente humanista, como una suerte de Robin Hood. Corbucci habla en la película acerca de ese choque entre fuerzas, de la violencia imperante en una nación joven y de cómo las leyes llegan al salvaje oeste y la legalidad que ampara a una nación en la que tener un arma te posibilita poder matar a alguien si es en defensa propia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El personaje de Silencio es una versión moderna de Robin Hood, alguien capaz de asesinar a aquellos que puedan atacar a los pobres que apenas tienen con qué defenderse ante esa especie de sheriff de Nottingham que es Trigero. En el encuentro de estos dos personajes en la carroza queda claro el modus operandi y la visión que cada uno tiene de su profesión. Mientras el primero únicamente lo hace por justicia, para el segundo no es más que un juego divertido en el que su gran esperanza es encontrar a alguien que dispare más rápido que él, y así pasar un buen rato. En ese encuentro está el sheriff, gran Frank Wolff, quizás el único atisbo de optimismo que nos encontramos en la dura obra, representante de las leyes constitucionales que llegan desde el este a un lugar habitado por seres salvajes ajenos a cualquier ley del mundo civilizado.
También se habla mucho acerca del anticapitalismo del género spaguetti, quizás por el cine de Sollima y las películas de Volonté, aunque se remonta quizás a La pradera sin ley, excelsa cinta de King Vidor. Evidentemente, las cintas de este género tienen a hombres materialistas al frente, personas que actúan por dinero y no por sentimientos. Aquí Corbucci humaniza al protagonista y huye de eso y otorga un toque empático a Silencio, permitiéndole sentir algo dentro de si mismo, más allá del mero interés en el recuento de billetes, algo que más o menos es lo que ejemplifica el violento Tigrero, que parece ver las personas, en ocasiones, más como las cantidades de dinero que podría ingresar por ellos que como verdaderos seres humanos, algo que hacía Clint Eastwood en La muerte tenía un precio. Es esta cualidad empática la que hace que surja el amor entre el protagonista y Pauline, en la que es, quizás, la escena más hermosa que ha grabado Corbucci en toda su carrera. Dentro de esa frialdad y esa venganza que representa el capitalismo nos encontramos con el cacique local, alguien corrupto que recibió su merecido en el pasado por sus malos actos y que ahora, una vez que tiene dinero suficiente, paga todo ese rencor adquirido con el tiempo con los pobres bandidos que, únicamente, buscan comida para sobrevivir. Es, dentro de esta versión moderna de Robin Hood, algo así como el Rey Juan, que delega en el cruel Trigero para actuar, y que, ante la actuación de sheriff, honesto y honrado, no tendrá más remedio que actuar por sí mismo. Corbucci coloca al hombre como centro de todo y su fetiche son las manos. En el cine de Corbucci lo que importa son las propias manos, es el hombre quien ejecuta y mata y no sus armas, meras herramientas supletorias, y por tanto no hay mayor castigo que perderlas, que sin ellas, no pueden manejar las herramientas que son las pistolas. Dicho esto, el carácter cuasi heróico que se le da al protagonista al final con un sacrificio en el sentido más cristiano de la palabra, lo convierte en uno de los epílogos más amargos y descorazonadores que se recuerdan.
También se habla mucho acerca del anticapitalismo del género spaguetti, quizás por el cine de Sollima y las películas de Volonté, aunque se remonta quizás a La pradera sin ley, excelsa cinta de King Vidor. Evidentemente, las cintas de este género tienen a hombres materialistas al frente, personas que actúan por dinero y no por sentimientos. Aquí Corbucci humaniza al protagonista y huye de eso y otorga un toque empático a Silencio, permitiéndole sentir algo dentro de si mismo, más allá del mero interés en el recuento de billetes, algo que más o menos es lo que ejemplifica el violento Tigrero, que parece ver las personas, en ocasiones, más como las cantidades de dinero que podría ingresar por ellos que como verdaderos seres humanos, algo que hacía Clint Eastwood en La muerte tenía un precio. Es esta cualidad empática la que hace que surja el amor entre el protagonista y Pauline, en la que es, quizás, la escena más hermosa que ha grabado Corbucci en toda su carrera. Dentro de esa frialdad y esa venganza que representa el capitalismo nos encontramos con el cacique local, alguien corrupto que recibió su merecido en el pasado por sus malos actos y que ahora, una vez que tiene dinero suficiente, paga todo ese rencor adquirido con el tiempo con los pobres bandidos que, únicamente, buscan comida para sobrevivir. Es, dentro de esta versión moderna de Robin Hood, algo así como el Rey Juan, que delega en el cruel Trigero para actuar, y que, ante la actuación de sheriff, honesto y honrado, no tendrá más remedio que actuar por sí mismo. Corbucci coloca al hombre como centro de todo y su fetiche son las manos. En el cine de Corbucci lo que importa son las propias manos, es el hombre quien ejecuta y mata y no sus armas, meras herramientas supletorias, y por tanto no hay mayor castigo que perderlas, que sin ellas, no pueden manejar las herramientas que son las pistolas. Dicho esto, el carácter cuasi heróico que se le da al protagonista al final con un sacrificio en el sentido más cristiano de la palabra, lo convierte en uno de los epílogos más amargos y descorazonadores que se recuerdan.