Colorista e inesperada producción que se presenta ante el espectador con ánimo de musical desenfadado y que, sin perder el espíritu de la obra de R.L. Stevenson, escoge un planteamiento formal novedoso pero muy interesante.
El coqueteo con el sentido del humor no desvirtúa el dramatismo de la obra sino que le confiere una perspectiva agradable y jovial.
La película consigue que ambos puntos de vista se complementen de forma sugerente gracias a la caracterización de K. Douglas, a su interpretación y a la ambientación en general
El desarrollo cinematográfico resulta coherente, su ritmo siempre encuentra la cadencia adecuada de forma que el largometraje adquiere personalidad propia a pesar de abordar un tema tantas veces llevado a la pantalla.