Sorprendente película que se encaramó a las carteleras de París a mitad del siglo pasado para demostrar que la exclusiva del buen cine negro no era patrimonio de Hollywood.

El argumento se tensa en la inquietud y la respuesta no se hace esperar porque también la película se vuelve penetrante, también las escenas adoptan pose de gravedad formal, el ritmo ofrece una cadencia que subraya la incertidumbre, realza la crudeza de cada situación y unos magistrales primeros planos evidencian la calidad interpretativa de S. Signoret.

F. Tuttle ejerce de maestro de ceremonias combinando todos los elementos con la pericia de un alquimista del cine.