Nos encontramos ante unos de esos films que ostenta el marchamo de culto y la vitola de imprescindible por lo que su carta de presentación representa una tentación.
El argumento es voluntarioso, ejemplar y moralizador pero se encuentran un poco descompensados los tiempos de cada una de las tramas.
A lo largo de la película siempre subyace un notable sentido de probidad, demuestra una gran capacidad de fabulación y la ambientación es irreprochable.
La dirección es muy correcta, está planteada con buen sentido cinematográfico y aunque le falta algo de sutileza para el público actual -se estrenó en 1933-, el resultado final raya a gran altura.

Entre el humor, el drama y la estupefacción hay que destacar una magnífica actuación de J. Barrymore muy bien secundado por R. Mason y por M. Loy.