La oscuridad de épocas muy remotas se asoma al celuloide en una producción de 1940 para mostrar al público esas escenas cotidianas de la antigüedad que siempre han resultado atractivas para el mundo del cine.
Su planteamiento es original pero la acción se desarrolla con lentitud y a día de hoy apenas despierta interés y mucho menos el entusiasmo que pudo haber provocado en tiempo de su estreno ya que tanto el argumento como la propuesta cinematográfica resultan ingenuos.
Ofrece algunos lances perspicaces y de cierta novedad como los efectos especiales casi al final del metraje.
Un jovencito y apolíneo V. Mature, tan sonriente como siempre, protagoniza la peripecia y se encuentra muy bien secundado por C. Landis.