Jorge M. Fontana debuta como director y guionista en Boi, una propuesta íntima que parece plasmar sus preocupaciones personales. El protagonista es un escritor frustrado que comienza su trabajo de chofer. Sus primero clientes, unos empresarios de Singapur, no dejan clara su razón del viaje. La trama está envuelta en un misterio indescifrable que mezcla el mundo de los negocios con elementos místicos orientales.

En este sentido, Fontana cede tan poca información y tan insustancial que el espectador va tan perdido como el personaje principal. El ritmo narrativo se hace monótono ya que la mayor parte del metraje consiste en conversaciones en un coche.

El espíritu de escritor de Boi reflexiona sobre la mezcla de la comedia y el drama en el arte para reflejar la vida con todas sus facetas. Sin embargo, a la hora de trasladar este concepto a la gran pantalla, el resultado es muy pobre. La intensidad de los momentos dramáticos no acaba de culminar y la comedia se reduce a un simple slapstick (como el chocarse contra una puerta de cristal). Además, el cineasta fuerza una atmósfera surrealista que no acaba de cuajar. La inclusión de un hombre extraño de baja estatura, un concierto de free jazz y una escena onírica recuerda a un cutre homenaje a Lynch en vez de generar angustia en el espectador.

La película tiene una crisis de identidad entre el género romántico, el thriller y el arthouse. Ninguna de sus fronteras acaba de desarrollarse en plenitud. Quizá con un guión más focalizado, Fontana consiga canalizar su voz de manera más efectiva en un futuro.

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