Que lo más destacable de una película sea su ambientación no es decir mucho en su favor. No obstante, el estupendo retrato que se hace del Londres de finales del siglo XIX, con sus infestadas calles y sus asfixiantes garitos es sin duda lo más destacado de este film de intriga. Los decorados, la iluminación y la fotografía componen una magnífica puesta en escena. Por lo demás, la entretenida trama se sigue con interés, aunque los giros argumentales y el desenlace se antojan demasiado retorcidos, casi diría artificiales. Tanto que al final es difícil que el espectador pueda sorprenderse de nada. Da la impresión de que el director tuviese el empeño de impresionarnos en cada escena. Al argumento le falta naturalidad y le sobran alardes. Los actores están correctos en unos papeles demasiado alambicados. En cualquier caso, Medina demuestra de nuevo ser un autor inconformista, y nos regala una película que, sin ser una obra maestra, se ve con agrado.