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España España · Barcelona
Voto de reporter:
7
Comedia Hector se cruza con Truquette en el Louvre el 14 de julio y, desde entonces, no piensa más que en ligarla. Lo mejor sería llevarla a ver el mar. Pator piensa lo mismo, sobre todo si les acompaña su amiga Charlotte... Cortejados por el inevitable Bertier, allá van por las pequeñas carreteras de Francia, país donde nadie tiene ya ni un céntimo. Estamos en plena crisis. Hay que lograr que los franceses vuelvan a trabajar. Para ello, el ... [+]
19 de julio de 2014
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cosa va así: Hace unos días, el calendario indicaba que por fin había llegado el 14 de julio, es decir, la fiesta nacional por excelencia de la nación por excelencia. Francia engalanada, es decir, París ("y diez más") recubierta de banderas, adornos tricolores y otras milongas conmemorativas. Viva la pompa y el despilfarro... y ya lavaremos mañana. Todo alegría, todo cánticos y vítores lanzados al aire. Lo mismo que mirarse al espejo y magrearse las partes nobles, pero a nivel masivo. Visto ahora, es decir, casi una semana después y con la cabeza un poco más fría (y sin olvidar que estamos en el año 2014... siglo XXI, vaya), parece que esta orgía nacionalista sea una pieza de museo que se resiste a ser descatalogada. Porque admitámoslo, lo del fervor patriótico es muy del siglo XVIII, a lo sumo del XIX, en cualquier caso, no de esta época. No de la nuestra, vaya. Pero ahí estaba el mundo (y quien esté libre de pecado...), incluido François Hollande, quien al igual que todos sus antecesores en el ilustrísimo cargo de Monsieur le Président de la République, no desaprovechó la ocasión para darse un baño de multitudes.

Porque la cosa va así: Por muy jodido que esté el panorama (y para François desde luego lo está... más allá de sus garbeos post-tour en motocicleta, claro), siempre queda la opción de cubrirse, de pies a cabeza, con la banderita; de saludar a las tropas con toda la solemnidad del mundo, de desfilar elegantemente por los Campos Elíseos en un cálido y soleado 14 de julio... y esperar a que la popularidad remonte. Easy. Porque admitámoslo, no hay mejor día en todo el año que el 14 de julio. La razón es sencilla: en ningún otro momento sale tanto a relucir lo cutres, lo casposos y, en definitiva, lo horteras que somos todos. En el fondo, es muy gracioso. Tanto, que sólo podría serlo más si a Dios nuestro señor le diera por apretar el botón de Fast Forward de su mando a distancia, para que estas tan esperadas 24 horas se convirtieran en 12, o mejor, en 6... o mejor aún, en un puñado de minutos. Así todo se vería de forma aceleradísima, y las largas caminatas de los mandatarios se convertirían en los 100 metros lisos, y los himnos tan solemnes en un tonto estribillo entonado por un coro de voces de pito. La ostia. La cámara rápida es, indudable y objetivamente, la puta ostia.

Llegados a este punto de la reflexión, te acuerdas de que ya va siendo hora de que hagas algo con tu vida... o mejor dicho, de que este mundo de mierda te permita hacer algo con tu vida. Lo de hoy en la oficina de empleo ha sido un drama: Resulta que no puedes aplicar para ningún trabajo porque el sistema informático requiere un contrato de alquiler (o en su defecto, una prueba documental de propiedad inmobiliaria) que desde luego no tienes. ¿Y por qué?, porque al no estar integrado en el mercado laboral, ni Cristo te deja poner los pies en su maldito apartamento. Lo más jodido es que no puedes culpar ni al empresario ni al arrendador. Al fin y al cabo, ''la cosa'' está así de jodida... no se puede señalar a nadie en particular. De modo que a apechugar. Lo bueno de tan deplorable situación, es que tus vacaciones siguen prorrogándose un poquito más. Al menos hasta donde aguante la cartera... Lo malo es que, en una medida de extraordinaria extraordinariedad, el gobierno ha decidido suspender las vacaciones oficiales de verano. Operación entrada drásticamente adelantada; colapsos garantizados en 300 kilómetros a la redonda. Interminables colas de choches desde París hasta Versalles. Nos han jodido. Una vez más. Y a partirse.

Entonces, después de cuatro horas sin moverte en el embotellamiento, caes en la cuenta. Por fin. "Detrás de cada verdad, hay otra." Mires donde mires; te fijes en lo que te fijes, todo parece estar mal colocado; todo parece estar mal construido. El engranaje resultante es un monstruo deforme que chirría y amenaza constantemente con venirse abajo. Y aun así, el muy cabrón aguanta. Quizás porque su función no ha sido nunca la de funcionar correctamente. Espera, ¿y si el objetivo de todo este grandioso percal no fuera otro que el de divertir a los cuatro privilegiados sentados en una trona lo suficientemente alta como para que la mierda no les salpique? Recuerden la norma sagrada: ''Es gracioso si no me pasa a mí.'' Y en efecto, es tronchante si uno sabe poner de por medio la distancia necesaria. A veces sucede que estás tan cerca que pierdes la perspectiva. Siguiendo con esta misma lógica, otras veces, sucede también que la broma es tan grande que el asunto deja de depender de las meras distancias. El primer (y genial, vaya esto por delante) largometraje de Antonin Peretjatko tiene como principal objetivo el de desenmascarar la gran farsa (y pasarlo bien a su costa) en la que vivimos, o si se prefiere, dejar al desnudo, sin concesiones que valgan, el absurdo en el que nos rodeamos... Y de paso, burlarse un poco de nosotros, por qué no decirlo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
reporter
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