Hace un puñado de años, cuando en la primera cadena te ponían a distintas horas cortos de los Terrytoons, vi uno en especial que me llamó la atención. Estaba protagonizado por las urracas parlanchinas. En aquel capítulo una de ellas le confesaba a la otra que no eran reales, sino dibujos animados. La urraca que atendía a la primera entristeció por darse cuenta de que no existía más que en el papel.
La primera urraca, que todo se lo tomaba a guasa, le replicó contándole que era mucho mejor ser un dibujo animado que un ente real. Le explicó que siendo así podían hacer lo que les daba la gana. Como demostración, se sacó de la nada un lápiz y dibujó a toda velocidad un plato con una tarta de manzana. Cuando acabó, cogió la tarta del plato y se la comió. A partir de ahí fue todo un disparate. Las hermanas (o amigas, vete tú a saber) se pasaron el episodio imaginando trastadas imposibles y ejecutándolas.
Ese fue el capítulo que yo recuerde con el que más me divertí en toda mi vida. Más que con ningún otro por el hecho de aprovechar con más descaro el mundo irreal en el que se vivía dentro del Terrytoons.

Kinka Usher ha tenido una oportunidad inigualable para hacer lo mismo y convertir su película en la comedia más graciosa de la historia. Porque contaba con lo irreal como base; superhéroes desastrosos como protagonistas. Con ellos podría haber rodado lo que le hubiese dado la gana... un disparate tras otro. Una pamplina tras otra. Todo estaría justificado. Y qué pena que el resultado fuese tan simple y soso.
En otras manos habría sido sin duda una gran película, pero Usher pagó la novatada creando una comedia muy regular, cogida con pinzas y sobre todo muy olvidable.