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Voto de Travisloock:
8
7,3
15.561
Drama. Fantástico
Dos ángeles sobrevuelan Berlín, ciudad dividida por el "muro de la vergüenza". Sólo son visibles para los niños y los hombres de corazón puro. Testigos impotentes que no pueden cambiar el curso de los acontecimientos, sienten una gran compasión por los seres humanos. Uno de ellos, decidido a conocer los sentimientos de los mortales, se enamora de una joven trapecista... (FILMAFFINITY)
31 de julio de 2010
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Berlín, en su verano y a pie de calle, no te abraza con cariño; sus anchas avenidas, sus altos edificios de construcción moderna, fachadas de cristal y acero haciendo de exoesqueleto y sobre todo por su estructura sobre plano, irregular en plazas o sitios de encuentro, te menguan como hombre o te hacen más invisible. Y es esto mismo: es tan poco amable esta ciudad, que te hace invisible para los demás, pero, luego, contradictoriamente, no te permite escapar de tí mismo.
Hay mucho verde, entre monolitos inertes de cristal y acero; poco verde para lo que es Alemania. Berlín no es Alemania, ni los berlineses alemanes. El berlinés se queda aislado de lo que es un europeo, por el alemán que fue y dejó de ser por voluntad propia. El alemán es el hombre puro, artesanal, honesto e ingenuo, sencillo (“Cuando era un niño, pensaba como un niño…”), bisoño, sin malicia ni picaresca, sin retórica, sin envidia, de fácil olvidar los agravios a menos que se le recuerde; tan lógicos y a la vez tan maleables y volubles, tan infantiles. El pueblo se encarga de crear alemanes, y cuando, a veces, la cosa no sale bien, se crea el berlinés, que no deja de ser un “maldito” peculiar. Porque sin la soberbia francesa, sin la picaresca y mala uva española e inglesa (igualitas ambas) y sin la zalamería mediterránea (Italía, sur de España, Marruecos, etc) mamadas desde chicos, el individuo berlinés es la cosa más extraña, contradictoria y por supuesto, encantadora que uno pudiera encontrar.
Esta ciudad que no es nada, (ciudad fantasma vacía que no muerta, a la que se le ha extirpado por vergüenza su historia de los pocos ladrillos rojizos que le quedan, que se ha rehecho de frío cristal apagado, sus gentes sin idiosincracia o ésta a medio deconstruir a propósito) está imbuyéndose de algo verdadero que no es ilusión por rehacerse, ni siquiera una rebeldía "maldita" (pudiéndolo parecer a simple vista,y queriendo ella misma serlo), sino que su numen estriba en su maravillosa contradicción. Es arte de por sí; no para el que busca el arte artístico y antiguo, sino para el que busca el arte renaciente en la vida, en la calle.
(continúa en "spoiler" sin desvelar)
Hay mucho verde, entre monolitos inertes de cristal y acero; poco verde para lo que es Alemania. Berlín no es Alemania, ni los berlineses alemanes. El berlinés se queda aislado de lo que es un europeo, por el alemán que fue y dejó de ser por voluntad propia. El alemán es el hombre puro, artesanal, honesto e ingenuo, sencillo (“Cuando era un niño, pensaba como un niño…”), bisoño, sin malicia ni picaresca, sin retórica, sin envidia, de fácil olvidar los agravios a menos que se le recuerde; tan lógicos y a la vez tan maleables y volubles, tan infantiles. El pueblo se encarga de crear alemanes, y cuando, a veces, la cosa no sale bien, se crea el berlinés, que no deja de ser un “maldito” peculiar. Porque sin la soberbia francesa, sin la picaresca y mala uva española e inglesa (igualitas ambas) y sin la zalamería mediterránea (Italía, sur de España, Marruecos, etc) mamadas desde chicos, el individuo berlinés es la cosa más extraña, contradictoria y por supuesto, encantadora que uno pudiera encontrar.
Esta ciudad que no es nada, (ciudad fantasma vacía que no muerta, a la que se le ha extirpado por vergüenza su historia de los pocos ladrillos rojizos que le quedan, que se ha rehecho de frío cristal apagado, sus gentes sin idiosincracia o ésta a medio deconstruir a propósito) está imbuyéndose de algo verdadero que no es ilusión por rehacerse, ni siquiera una rebeldía "maldita" (pudiéndolo parecer a simple vista,y queriendo ella misma serlo), sino que su numen estriba en su maravillosa contradicción. Es arte de por sí; no para el que busca el arte artístico y antiguo, sino para el que busca el arte renaciente en la vida, en la calle.
(continúa en "spoiler" sin desvelar)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Una buena propuesta la de Wim Wender de mostrarnos desde las alturas esta ciudad; sobretodo cuando se ha vivido Berlín desde la calle. Quizás, para valorar la obra, hace falta haber vivido Berlín. La caída del ángel, su renuncia, no por rebeldía sino por contradicciones. La sonrisa de Bruno Ganz, que señala el compañero Servadac. Wender arroja una suposición poética del porque el berlinés ama a una ciudad tan poco acogedora….tan desangelada y maravillosa.
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Era un mediodía muy soleado en un parque en Frankfurter Tör. Yo obsevaba a dos niños pequeños que jugaban en un parque desnudos, ya que al parecer, cuando hace sol, sus padres les quitan la ropa, y además no hay peligro de que se corten con cristales rotos; todo está cuidado y limpio. No había columpios, ni toboganes; había una polea colgada desde una plataforma de madera y de ella pendía una cuerda unida en sus cabos donde colgaba un cubo. Un niño se quedaba abajo; llenaba un cubo de arena, y luego tiraba de la cuerda de la polea subiéndola. El de arriba, en la plataforma, recogía el cubo y metía la arena por una cañería para tirarla de nuevo al suelo. Luego se turnaban.
Al poco, un tipo tatuado, con una botella de vino en la mano se dirigió a mí. A su lado dormía sobre un banco una chica de origen asiático bien vestida. “I don´t understand”, le dije. “….a fuck cigarrette for me?”, me dijo. Me levanté y me quedé mirándolo, a él y su botella. Pensé: vamos a tenerla. Luego, se volvió a sentar al lado de su chica, dejando el tema en paz y sin atisbo de miedo o prudencia, sin susurrar nada entre dientes. "A otra cosa", pensé que pensaría mientras yo me alejaba encrespado.
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Era un mediodía muy soleado en un parque en Frankfurter Tör. Yo obsevaba a dos niños pequeños que jugaban en un parque desnudos, ya que al parecer, cuando hace sol, sus padres les quitan la ropa, y además no hay peligro de que se corten con cristales rotos; todo está cuidado y limpio. No había columpios, ni toboganes; había una polea colgada desde una plataforma de madera y de ella pendía una cuerda unida en sus cabos donde colgaba un cubo. Un niño se quedaba abajo; llenaba un cubo de arena, y luego tiraba de la cuerda de la polea subiéndola. El de arriba, en la plataforma, recogía el cubo y metía la arena por una cañería para tirarla de nuevo al suelo. Luego se turnaban.
Al poco, un tipo tatuado, con una botella de vino en la mano se dirigió a mí. A su lado dormía sobre un banco una chica de origen asiático bien vestida. “I don´t understand”, le dije. “….a fuck cigarrette for me?”, me dijo. Me levanté y me quedé mirándolo, a él y su botella. Pensé: vamos a tenerla. Luego, se volvió a sentar al lado de su chica, dejando el tema en paz y sin atisbo de miedo o prudencia, sin susurrar nada entre dientes. "A otra cosa", pensé que pensaría mientras yo me alejaba encrespado.
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