El cine de Rivette suele ser profundamente teatral, en su amplio sentido de la palabra, y ésto no siempre es bueno. En este caso, la película se cincuscribe al micromundo de un pequeño circo itinerante y sus integrantes, con los que se cruza el personaje de Castellito, errante sin rumbo aparente que lejos de viajar mochila al hombro, conduce un Porsche descapotable.
Comienza la película y por unos instantes parece una película de Rohmer... pero no, y para decepción del espectador, y según transcurre el metraje, nos damos cuenta que la aparente sencillez no encierra gran profundidad, ni encanto ni dilema moral alguno... los diálogos, lejos de ser brillantes, resultan insultantes en su simplicidad. La película esconde un drama que pesa sobre la protagonista, pero la forma improvisada y hasta infantil del hilo conductor y de los diálogos, nos hace francamente difícil sentir empatía por su pesar.
La película discurre convirtiendose en una particular ensaladilla rusa de números circenses de surrealismo y acrobacia, combinado por entradas y salidas a unos diálogos de transición sin contenido ni interés, deambulando así el conjunto por una delicada y a veces vergonzante cuerda floja, como la protagonista en una de las escenas.
La sensación de tomadura de pelo es permanente y confirmada al finalizar el metraje. Los que adoramos el verdadero cine francés, su profundidad y encanto, no podemos conformarnos con este producto que no hace otra cosa que dar argumentos a quienes, no habiendo visto otro cine francés, se encuentran con ésto y con razón dicen que el cine francés es pedante, aburrido y monótono.