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Voto de Daniel Carpintero:
9
7,5
60.190
Musical. Romance. Comedia. Drama
Mia (Emma Stone), una joven aspirante a actriz que trabaja como camarera mientras acude a castings, y Sebastian (Ryan Gosling), un pianista de jazz que se gana la vida tocando en sórdidos tugurios, se enamoran, pero su gran ambición por llegar a la cima en sus carreras artísticas amenaza con separarlos. (FILMAFFINITY)
20 de enero de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo primero, he de confesar que no soy muy de musicales. No me atraen especialmente, y en gran parte porque mi escaso dominio del inglés me obliga a leer todos los subtítulos de las canciones, siempre cantadas en la lengua de Shakespeare, cosa que odio y que me hace perder matices de la escena, y en general me impide sumergirme plenamente en ella.
Sin embargo, La La Land es una de esas películas que crea afición. Que, sin gustarte a priori los musicales, te despierta el interés por ellos, y te dan ganas según sales del cine de empezar a agarrar los clásicos, empezando por Grease.
El único "pero" que le pongo: ojalá el inglés fuera mi lengua materna, o bien las famosas letras gigantes de Hollywood estuvieran en la ladera de la Sierra de Guadarrama, para así poder disfrutar de este deleite de los sentidos en mi propio idioma (y de paso sentir como propios los innumerables guiños culturales).
Además, pensando en los clásicos Disney, que no dejan de ser musicales de animación, podría plantearse el hecho de doblar los temas adaptando la letra a nuestro idioma. Sé que es un tema controvertido, pero creo que existiendo por otro lado la versión VOS, podrían tenerse ambas y así poder visionar cada uno la que prefiriese.
Sin embargo, La La Land es una de esas películas que crea afición. Que, sin gustarte a priori los musicales, te despierta el interés por ellos, y te dan ganas según sales del cine de empezar a agarrar los clásicos, empezando por Grease.
El único "pero" que le pongo: ojalá el inglés fuera mi lengua materna, o bien las famosas letras gigantes de Hollywood estuvieran en la ladera de la Sierra de Guadarrama, para así poder disfrutar de este deleite de los sentidos en mi propio idioma (y de paso sentir como propios los innumerables guiños culturales).
Además, pensando en los clásicos Disney, que no dejan de ser musicales de animación, podría plantearse el hecho de doblar los temas adaptando la letra a nuestro idioma. Sé que es un tema controvertido, pero creo que existiendo por otro lado la versión VOS, podrían tenerse ambas y así poder visionar cada uno la que prefiriese.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
La primera escena ya te pone en tu sitio. Una escena que empiezo contemplando con bastantes reservas, sin dar crédito a lo absurdo de la misma, aunque tratando de asumir que estoy ante un temido musical. Sin embargo, lo pegadizo de este primer tema (toda la banda sonora es magistral, tanto en sus notas de jazz como de en las notas más clásicas del género) según avanza, y la impresionante coreografía entre el atasco del puente de los Ángeles, pronto ya se abren paso en mis sentidos para dejarles predispuestos positivamente durante el resto del espectáculo.
Porque en eso consiste La La Land, en un auténtico espectáculo de movimiento, música y vida. Porque la vida es movimiento; el movimiento, música y la música, vida. No soy entusiasta de los musicales, pero me encanta la música. De todo tipo, uno para cada ocasión: las notas y las voces bien puestas me trasladan a lo que considero uno de los estados óptimos del ser humano.
Cualquier actividad que hagas no será la misma en compañía del ritmo adecuado. Y eso se demuestra a la perfección en La ciudad de las estrellas. Lo que podría ser una historia corriente, de novela romántica del siglo XX, se ve como pura manifestación de vida ante el espectador, gracias a su música y sus coreografías.
Distinguimos claramente dos vertientes de temas en la cinta: por un lado los asociados a él, instrumentales y relacionados siempre con el jazz. Aquí vemos una clara relación con la anterior obra maestra del director, Whiplash, una de mis películas favoritas de los últimos tiempos. Incluso vemos al implacable director de orquesta del citado filme, haciendo un cameo y despidiendo a nuestro protagonista del primer local donde le obligaban a tocar villancicos y música más comercial. Por otro lado, tenemos los temas asociados a ella, vocales y más parecidos a lo que podríamos esperar de un clásico del género. No soy nada entendido en musicales, pues apenas he visionado Grease, West Side Story y poco más, pero las coreografías me han parecido pura delicia para los sentidos.
Es reseñable también como en un aspirante a futuro clasicazo del género, se incorporan ya elementos del siglo XXI como son la tecnología de los smartphones (memorable la escena en la que se cierra un tema magistral que acaba de sonar con el archiconocido tono de llamada del iPhone). Curiosa fusión.
Y qué decir del final... ese final agridulce (como debe ser, los finales felices me decepcionan con pocas excepciones), ese final en el que el director, como ya hiciera en la sorprendente y magnífica Whiplash, reitera en la idea del precio a pagar por el éxito. Porque todos soñamos alguna vez con él, pero pocos nos atrevemos a luchar realmente por ello. Y si nos entregamos a esa encarnizada batalla por el éxito, por el triunfo, por la fama, debemos saber que a veces el coste será demasiado alto.
Un final de oro que nos recuerda que paradójicamente podemos dejarnos por el camino hasta nuestra propia felicidad en aras de alcanzar eso que llamamos éxito.
Porque en eso consiste La La Land, en un auténtico espectáculo de movimiento, música y vida. Porque la vida es movimiento; el movimiento, música y la música, vida. No soy entusiasta de los musicales, pero me encanta la música. De todo tipo, uno para cada ocasión: las notas y las voces bien puestas me trasladan a lo que considero uno de los estados óptimos del ser humano.
Cualquier actividad que hagas no será la misma en compañía del ritmo adecuado. Y eso se demuestra a la perfección en La ciudad de las estrellas. Lo que podría ser una historia corriente, de novela romántica del siglo XX, se ve como pura manifestación de vida ante el espectador, gracias a su música y sus coreografías.
Distinguimos claramente dos vertientes de temas en la cinta: por un lado los asociados a él, instrumentales y relacionados siempre con el jazz. Aquí vemos una clara relación con la anterior obra maestra del director, Whiplash, una de mis películas favoritas de los últimos tiempos. Incluso vemos al implacable director de orquesta del citado filme, haciendo un cameo y despidiendo a nuestro protagonista del primer local donde le obligaban a tocar villancicos y música más comercial. Por otro lado, tenemos los temas asociados a ella, vocales y más parecidos a lo que podríamos esperar de un clásico del género. No soy nada entendido en musicales, pues apenas he visionado Grease, West Side Story y poco más, pero las coreografías me han parecido pura delicia para los sentidos.
Es reseñable también como en un aspirante a futuro clasicazo del género, se incorporan ya elementos del siglo XXI como son la tecnología de los smartphones (memorable la escena en la que se cierra un tema magistral que acaba de sonar con el archiconocido tono de llamada del iPhone). Curiosa fusión.
Y qué decir del final... ese final agridulce (como debe ser, los finales felices me decepcionan con pocas excepciones), ese final en el que el director, como ya hiciera en la sorprendente y magnífica Whiplash, reitera en la idea del precio a pagar por el éxito. Porque todos soñamos alguna vez con él, pero pocos nos atrevemos a luchar realmente por ello. Y si nos entregamos a esa encarnizada batalla por el éxito, por el triunfo, por la fama, debemos saber que a veces el coste será demasiado alto.
Un final de oro que nos recuerda que paradójicamente podemos dejarnos por el camino hasta nuestra propia felicidad en aras de alcanzar eso que llamamos éxito.