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Voto de seagal4ever:
10
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12.003
Ciencia ficción. Fantástico
Tras una apocalíptica guerra nuclear, el mundo ha quedado devastado. Un grupo de científicos del bando vencedor llega a la conclusión de que el único modo de salvar a la humanidad es recurriendo a los viajes a través del tiempo: o bien mandar a una persona al pasado para pedir ayuda, o al futuro para buscar una solución a la situación presente. El elegido para realizar el viaje a través del tiempo es un prisionero. Historia de corte ... [+]
22 de diciembre de 2009
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El muelle" es una pequeña joya del cine francés que, afortunadamente, con el paso de los años ha ido ganando cada vez más adeptos, sobre todo a raíz del estreno en cines de la película americana "12 monos" (dirigida por el inclasificable Terry Gilliam, y con Bruce Willis y Brad Pitt de protagonistas), un remake de la historia que nos ocupa.
La obra de Terry Gilliam extiende y amplía los horizontes de la historia que narra Chris Marker en "El muelle" y, personalmente, he de decir que logra un resultado muy por encima de la media en cuanto a filmes de ciencia ficción se refiere. Pero Gilliam juega con ventaja, y es que el mediometraje de Maker es en sí mismo tan poderoso y rico en matices que, una vez visionadas ambas obras, queda la sensación de que partiendo de un material tan original, lo complicado habría sido echarlo a perder...
El filme de Maker narra los viajes a través del tiempo de Davos Hanich, un superviviente de la Tercera Guerra Mundial que es enviado en repetidas ocasiones al pasado y al futuro con el objetivo de obtener información y tecnologías que ayuden a la decadente raza humana a evitar su extinción. En uno de esos viajes conocerá a una inquietante mujer y, poco a poco, logrará ir desentrañando los misterios que se esconden detrás de una enigmática imagen que desde que se grabó en su mente cuando tan solo era un niño, no ha hecho sino atormentarle insistentemente.
La obra de Terry Gilliam extiende y amplía los horizontes de la historia que narra Chris Marker en "El muelle" y, personalmente, he de decir que logra un resultado muy por encima de la media en cuanto a filmes de ciencia ficción se refiere. Pero Gilliam juega con ventaja, y es que el mediometraje de Maker es en sí mismo tan poderoso y rico en matices que, una vez visionadas ambas obras, queda la sensación de que partiendo de un material tan original, lo complicado habría sido echarlo a perder...
El filme de Maker narra los viajes a través del tiempo de Davos Hanich, un superviviente de la Tercera Guerra Mundial que es enviado en repetidas ocasiones al pasado y al futuro con el objetivo de obtener información y tecnologías que ayuden a la decadente raza humana a evitar su extinción. En uno de esos viajes conocerá a una inquietante mujer y, poco a poco, logrará ir desentrañando los misterios que se esconden detrás de una enigmática imagen que desde que se grabó en su mente cuando tan solo era un niño, no ha hecho sino atormentarle insistentemente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
La principal característica que uno percibe al ver este mediometraje es que está contado mediante el empleo exclusivo de fotografías fijas (tan solo un brevísimo fragmento del metraje es mostrado con imágenes en movimiento -un momentos de la relación amorosa entre los dos personajes principales-). Por si esto no fuera lo suficientemente anómalo, la obra de Maker está además fotografiada en un perpetuo blanco y negro de lo más minimalista. La sucesión de imágenes está acompañada asimismo de una evocadora y enigmática música de fondo, amén de una perenne voz en off, aséptica y lejana, que va relatando los acontecimientos.
Se trata de un popurrí de elementos que sin duda pueden echar atrás a más de uno, pero si se logra entrar en la dinámica y aceptar la obra tal y como es desde el primer momento, el disfrute está asegurado. Y es que, al margen de toda esta enmarañada y retorcida forma narrativa, subyace una historia de ciencia ficción total y absolutamente arrolladora, donde tienen cabida temas como la Tercera Guerra Mundial, los viajes en el tiempo bidireccionales, las ciudades futuristas, hombres cientos de años más avanzados que la humanidad, túneles subterráneos donde pervive la sociedad... Un cúmulo de elementos propios de la ciencia ficción más dura que se combinan para crear una obra maestra tan arriesgada como sugerente. Cuando uno mira la fecha en que se realizó, lo menos que puede hacer es quitarse el sombrero y aplaudir (en nuestro caso ya solamente aplaudir: lástima que el llevar sombrero pasara de moda...).
Pero no sería justo dejar pasar el hecho de que, entre toda esta ciencia ficción, en el fondo se nos cuenta una personal historia de amor, original como pocas, pero magnética como muchas, y cuyo protagonista es el viajero del tiempo. Una historia de amor de gran pureza, con toques surrealistas, pero tan maravillosa como las de los grandes clásicos (la escena en el zoológico es mágica). Y será el trauma que el protagonista sufrió de niño el que inició esta extraña relación a través de los años, y el desencadenante del portentoso y nunca suficientemente alabado desenlace. Se me ocurren pocos finales tan grandiosos y redondos como el que Maker nos regala, y que Gillian calcó en su magnífica "12 monos".
A día de hoy, casi medio siglo después de su realización, este curioso experimento audiovisual sigue manteniendo la vigencia como pocos. Podría estrenarse hoy mismo, tal cual, y el asombro y la fascinación que experimentarían los espectadores serían prácticamente análogos a los que provocó en su momento. Las obras que logran este tipo de reacciones poseen un nombre: obras maestras.
Se trata de un popurrí de elementos que sin duda pueden echar atrás a más de uno, pero si se logra entrar en la dinámica y aceptar la obra tal y como es desde el primer momento, el disfrute está asegurado. Y es que, al margen de toda esta enmarañada y retorcida forma narrativa, subyace una historia de ciencia ficción total y absolutamente arrolladora, donde tienen cabida temas como la Tercera Guerra Mundial, los viajes en el tiempo bidireccionales, las ciudades futuristas, hombres cientos de años más avanzados que la humanidad, túneles subterráneos donde pervive la sociedad... Un cúmulo de elementos propios de la ciencia ficción más dura que se combinan para crear una obra maestra tan arriesgada como sugerente. Cuando uno mira la fecha en que se realizó, lo menos que puede hacer es quitarse el sombrero y aplaudir (en nuestro caso ya solamente aplaudir: lástima que el llevar sombrero pasara de moda...).
Pero no sería justo dejar pasar el hecho de que, entre toda esta ciencia ficción, en el fondo se nos cuenta una personal historia de amor, original como pocas, pero magnética como muchas, y cuyo protagonista es el viajero del tiempo. Una historia de amor de gran pureza, con toques surrealistas, pero tan maravillosa como las de los grandes clásicos (la escena en el zoológico es mágica). Y será el trauma que el protagonista sufrió de niño el que inició esta extraña relación a través de los años, y el desencadenante del portentoso y nunca suficientemente alabado desenlace. Se me ocurren pocos finales tan grandiosos y redondos como el que Maker nos regala, y que Gillian calcó en su magnífica "12 monos".
A día de hoy, casi medio siglo después de su realización, este curioso experimento audiovisual sigue manteniendo la vigencia como pocos. Podría estrenarse hoy mismo, tal cual, y el asombro y la fascinación que experimentarían los espectadores serían prácticamente análogos a los que provocó en su momento. Las obras que logran este tipo de reacciones poseen un nombre: obras maestras.