Jules Winnfield quedó tan impresionado por la manera de trabajar del señor Lobo, que decidió montar su propia empresa de limpieza, especializada en dejar como los chorros del oro el lugar del crimen. Como es un ex policía, de vez en cuando saca sus fotitos y tal, hasta que un buen día se da de bruces con un extraño homicidio en el que resulta involucrado. Se mete de lleno en el caso, es decir, que dedica todo su tiempo al apartado policíaco, al igual que su compañero de reparto Luis Guzman, el grandísimo Luis Guzman. Pero la hija, la Mendes y el Ed harris, que se ha convertido en un pesao, se empeñan en parlar sobre la familia, los sentimientos y la familia, en todo momento. Eva Mendes, en un momento dado, mira hacia el océano Pacífico. Atención, pregunta: ¿qué punto es, en ese momento, más occidental: el extremo de su nariz, o el de su barbilla? Efectivamente, el de su barbilla, es decir, Eva Mendes tiene cara banana, no os dejéis engañar, es un cardo borriquero. Marisa Tomei le da tres mil vueltas. Sin embargo la secretaria, Maggie Lawson, es una pijilla tonta entrañable, con morbo, y su personaje se queda sin finalizar, casi sin desarrollar, y es una pena porque daba jugo.

Los finales de los thrillers made in USA deben tener un toque espectacular siempre, casi que desde El Tercer Hombre de Orson Welles, perdón, de Carol Reed, se sienten obligados todos los productores a ello. Yo me conformo con que no explote nada, aunque cada vez que el malo muere en una escena final de menos de 15 minutos de duración, se me saltan las lágrimas. Si muere a la primera, lloro como una magdalena. Y si el que muere es el bueno, me llego a excitar.

-Plataforma filmafinitera por los finales sin sorpresa ni explosión-