La presentación es prometedora. Impecable con sus buenas láminas fotográficas y su música. La diligencia que llega por el camino y la espera de los atracadores, incluso el tiroteo que sigue enseguida. Pero cuando empiezan a hablar un poco los asaltantes tras el golpe que han dado, te das cuenta que son dos pobres diablos que van a dar poco juego cinematográfico. Y así es.
No conocíamos la variedad ambulante de los predicadores del Oeste, de los que alquilaban sus servicios en las iglesias. Supongo que cobrando algo. Uno de estos es John Shepherd (Berenger) que, encima, recibe un rapapolvo del cura que lo ha contratado por hablar contra la esclavitud y por tener un hijo, Isaac (Holt), reclamado personalmente por un mal bicho de gatillo fácil.
Este es el panorama argumental, la necesidad de reconducir al rebaño de la fe al propio hijo, cuando el mismo pastor ha cometido también sus pecados y lleva su propia penitencia. Es decir, las relaciones entre padre e hijo, la religiosidad y la injusticia, la hipocresía. En fin, la dificultad de llevar a la práctica lo que se predica: "Una historia bonita, como la mayoría de tus sermones. No es más que una fábula".
Los personajes están muy poco trabajados, resultan muy superficiales. Berenger no mueve un músculo de la cara en toda la película. En el pueblo de Grapewine veremos el cartel del "Dentist" y sabemos que se fumaba opio en abundancia.
Aun con todo la película tiene su atractivo, al menos por la belleza de los bosques donde transcurre y la correcta ambientación que presenta. Algo es algo.