Lo primero es lo primero. Ahora que el auténtico impulsor de la franquicia, el artista marcial surcoreano Philip Rhee tiene carta blanca -ojo, delante y detrás de la cámara- para facturar lo que le salga de la entrepierna -al margen de acrobacias y patadas-, y tras dos primeras entregas en las que, sí o sí, era obligatorio cohibirse para no poner (todavía más) en evidencia la limitada destreza física de determinados miembros del reparto -ya sin injerencias de Eric Roberts o Chris Penn trasteando con kimono-, el luchador Tommy regresa al pueblo para, bajo la coartada del actioner rural transitado previamente por Chuck Norris, casi de forma coetánea a Jean Claude Van Damme, y un tiempo después por Scott Adkins o Jason Statham; dar cera a los paletos neonazis. De paso, Rhee protagoniza la que posiblemente sea una las peleas más surrealistas y extrañas de su carrera disfrazándose de payaso.
El músculo actoral de caras populares a las que no les es ajeno el cine de acción lo aportan Christopher McDonald ('Thelma & Louise'), Dee Wallace Stone ('E.T. El extraterrestre') o Gina Gershon ('Showgirls') interpretando a una profesorcilla beata (¡¡!!), y como villanos sobreactuados, unos entrañablemente encasillables Mark Rolston ('Aliens, el regreso', Arma Letal 2') y R. Lee Ermey ('La Chaqueta Metálica').
El otro músculo, anatómicamente hablando, lo aportan el propio Rhee y un tristemente desaprovechado Michael Bailey Smith que prácticamente acababa de desprenderse de la armadura petrificada de La Cosa en 'Los 4 Fantásticos' (1994, Oley Sassone).
Tronada, ruidosa y entretenida. Pero, por encima de todo, 'Campeón de campeones 3: La ley del odio' (1995, Phillip Rhee) es un pasatiempo noventero hasta las trancas.