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España España · Barcelona
Voto de Ulher:
9
Thriller. Drama Michèle, exitosa ejecutiva de una empresa de videojuegos, busca venganza tras ser violada por un desconocido en su propia casa.
7 de octubre de 2016
29 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
En todas las artes y, en el cine no iba a ser menos, existe una cierta tendencia a vivir de los réditos. Vacas sagradas que traen al mundo terneros con el mismo garbo que antaño sin tener presente el momento. Viejas glorias resistentes a la evolución, anquilosadas. No es el caso del Paul Verhoeven que, con sus casi ocho décadas a cuestas, acaba de firmar una obra mayúscula. Un retrato certero donde la moralidad y el deseo entran en conflicto para un espectador que, bajo una ligera sonrisa, esconde sus vergüenzas. Curioso ejercicio de hipocresía el que deambula por la mente del títere que somos en manos de Verhoeven. ¿Realmente nos escandalizamos ante lo que vemos o ante lo que nuestro disfraz oculta?

Michèle Leblanc, víctima de una violación en el salón de su hogar, se dispone a limpiar los destrozos materiales del delito dejando a un lado los personales. La carta de presentación del personaje ya contiene un alto nivel de impacto y es que su reacción antinatural determina el resto del metraje. Primera declaración de intenciones del autor de Instinto Básico, que lejos de buscar la controversia de manual aboga por un cinismo cuestionable. Con escasa sutileza reparte contra la sociedad inquisidora en que nos hemos convertido. "Nuestra verdad es la verdad" es el lema contra el que arremete y cualquier comportamiento periférico, que no es más que el fruto de una tajante imposición social, lo condenamos.

Es fascinante la habilidad de Verhoeven repartiendo migajas para dar a conocer al espectador una conducta tan imprevisible como la de Michèle. Estigmatizada por un pasado, otra vez impuesto por voces judiciales que siguen a rajatabla eso de más vale una imagen que mil palabras, se dedica a la industria de los videojuegos. No es arbitraria esta decisión. Frente a la pantalla mandamos, nos camuflamos en un Dios dictatorial y manejamos las decisiones de nuestros personajes. No hay máscaras. Nuestro instinto se presenta más primario que nunca, sin remordimientos, sin análisis. Somos libres. Cómo lo es Michèlle. Sólo que ella sí es visible y aprovechamos para verter sobre su figura nuestros deseos, inseguridades y obscenidades.

Hija del Buñuel más provocador y prima hermana del Crash de Cronenberg, Elle continuamente muta de géneros. Del perverso thriller erótico al cine negro hitchcokiano, de la comedia costumbrista al drama desaforado. Juego de malabares en manos de su creador, que disfruta como un niño conduciendo a su público por dónde quiere. También a ella, a la principal artífice de plasmar en el relato todo el riesgo que la cinta requiere. Una Isabelle Huppert simplemente arrebatadora. Su presencia en pantalla no es cuestionable construyendo un personaje kamikaze, de esos que quedan en la memoria cinéfila. Basta sólo una ligera sonrisa sarcástica o una gélida mirada de desaprobación para llevarnos dónde se proponga. Y si es con un arma blanca en la mano, mejor. Nunca la frialdad calentó tantas butacas.

Lo que comenzaba como un retrato de identidades donde se cuestionaba la figura de la víctima y el verdugo deviene en una magnífica reflexión sobre el deseo. Sobre las pieles que adoptamos y los caminos que recorremos para saciar nuestra sed. Ahora es cuando hemos de rumiarla y asumir el empujón de Verhoeven para que, como él dice en boca Huppert, la vergüenza no nos impida hacer lo que realmente queremos
Ulher
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