Mientras uno ve la película se da cuenta de que para el papel de Jack nadie podría haberlo interpretado mejor que Robin Williams. Creo que el actor, tristemente desaparecido, que dio vida a la mítica señora Doubtfire ha ido labrándose una carrera con más errores que aciertos pero pienso que también demostró un gran talento tanto si su personaje tenía que moverse en aguas cómicas como si era el drama el que llamaba a su puerta. Fuera el papel que fuese, Robin Williams tenía un don para que el espectador empatizara con él y la situación que éste vivía. Y, en este caso, Jack es un papel que abarca todas estas cuestiones y son defendidas con gran brío.

La aventura de Francis Ford Coppola por sumergirse en un cine netamente familiar le sale bien a pesar de poder encontrar ciertos momentos “chorras” o demasiado infantiloides que sin embargo no hacen que pierdas la sonrisilla de la cara. Muchos de los gags son absurdos y surrealistas como el momento mariposa en la casa del árbol o cuando Jack se hace pasar por el director del colegio ante una madre que parece sacada de un club de luces de colores. Pero ahí está siempre Robin Williams para subsanarlo todo.

La película pasa por las típicas fases de alegría y tristeza que suelen demandarse en este tipo de géneros pero, esta vez, con un final que trata de dar lecciones de vida mucho más amplias de lo que la película recoge.