Lo más interesante de esta versión del Dr Jekyll y Mr Hyde es sin lugar a dudas su puesta en escena y especialmente su acercamiento al personaje principal, al que hinca el diente desde una perspectiva cercana al psicoanálisis.

Estamos demasiado acostumbrados a que cuando existe un cambio moral, este lleve consigo un cambio físico. En la mayor parte de las versiones anteriores, el señor Hyde aparece como un ser grotesco, con más vello, más dientes y en definitiva con un aspecto repulsivo y aterrador. Aquí no es necesario, Jekyll y Hyde, pueden pasar de un estado a otro por el verdadero cambio, que es la transformación interior, y es que la maldad puede salir en cualquier rostro incluido en el más bello del mundo. Porque la maldad es como la radiación, no huele, no se ve, no se puede tocar... pero se padece y va contaminando la mente del que la desarrolla y a los que tiene alrededor.

Por eso siempre será actual esta historia, independientemente lo mejor o peor que esté contada. En este caso para nada es mala. Tiene ya suficiente atractivo la presencia del veterano actor David Warner y como señalaba antes tiene ese gusto inglés por los diálogos, decorados y ritmo sosegado que se ha perdido en el cine norteamericano. Evidentemente no mejora las versiones anteriores, pero sí al menos devuelve a la actualidad al mejor escritor escocés de todos los tiempos que es el señor Robert Louis Stevenson, y eso siempre es un mérito a rescatar.