Uno de los debates más extendidos entre los cinéfilos es el tema de las adaptaciones literarias, en general suele ganar la opinión de que la novela supera a la película en la mayoría de las ocasiones, pero aun siendo cierto hay demasiadas excepciones como para que se cierre el coloquio tan a la ligera.

Pero no, no esperen que diga que “La hora 25” es uno de esos casos. Tuve la suerte de tener el libro de C. Virgil Gheorghiu en casa desde niño, y su lectura es impactante, aunque tampoco citaría esta novela como inexcusable.

La versión cinematográfica de Henri Verneuil tiene dos problemas, el primero que no rescata en absoluto lo que es toda la compleja interacción de los pueblos de Europa del Este, las difíciles relaciones de los países danubianos quedan muy de soslayo en la película, centrándose en lo que es la odisea humana del protagonista. Y tengo que decir que no es lo mismo leerlo que verlo. Cuando lo lees hasta te lo puedes llegar a creer, sin embargo puesto en imágenes muchas escenas resultan ridículas. Bordeando en demasiadas ocasiones la inverosimilud, perdiendo el tono de pesadilla del libro al querer hacerlo realista.

Yo creo que es una película sobrevalorada, pero hay que entender que el tema que toca, la nacionalidad francesa y un enorme Anthony Quinn –ojo, en una de sus mejores actuaciones de siempre- hacen que los escasos espectadores que la han visto sean más generosos de lo que se debería ser en su puntuación.

Película que se degusta mejor con cierto distanciamiento, es complicada de tomar en serio si se analiza medianamente lo que nos están contando (lo de las SS, es de risa), pero que recomiendo a todos aquellos que se sientan atraídos por un cine a mitad camino del comercial americano y del de autor europeo. “La hora 25” es las dos cosas y ninguna al mismo tiempo.