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Voto de Pp Ferrer S:
7
Drama Concluida la guerra, Urashima Goro regresa a Japón. Un día, mientras interviene en un programa de radio, comienza a gritar, pero nadie es capaz de comprender sus palabras. Interrogado al respecto, responde que se siente descontento con Japón y, por ello, obligado a proclamar su disgusto. Akako, reportera de un periódico, decide escribir un artículo sobre él. (FILMAFFINITY)
1 de febrero de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde el mismo principio sabemos que se trata de una película reivindicativa. Pero la forma de reivindicar del protagonista, sus gritos, nos presagian una narración menos realista que la que nos tiene acostumbrados este director. Naruse suele cuidar mucho sus arranques, y aquí no lo cuida menos, sino que se arriesga a planos generales con mucha gente y a un sonido extraño que se extiende entre esa gente. El guión y la planificación narrativa, ese montaje, me recuerda mucho a la “nouvelle vague” francesa que aparecerá mucho después y ofrecerá sus películas como un gran logro narrativo, cuando en realidad esas formas ya estaban inventadas. Para enfocar sus reivindicaciones Naruse introduce el papel que en el Japón, antes y después de la Segunda Guerra Mundial, tuvieron los “zaibatsu”, camarillas muy influyentes que controlaban la economía, la política y otros aspectos del país. Algunos ejemplos de estos grupos, entre otros, fueron Mitsubishi y Fuji. A estos “zaibatsu” se les culpaba de que Japón hubiera entrado en guerra. A partir de la segunda mitad la película toma unos derroteros surrealistas con la desaparición de personajes imaginarios y la introducción de personajes etéreos, como su “alter ego”, que expresan sus dudas. Pero al mismo tiempo se introduce una historia de amor. El director sabe que quiere llevar su mensaje reivindicativo a la mayoría de los espectadores y entonces no duda en introducir un número musical, bastante erótico para su tiempo, en la fiesta del Partido de Felicidad de Japón (el nombrecito también se las trae). Una vez más hay que perdonarle a Mikio Naruse su moraleja final.
Pp Ferrer S
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