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Voto de Litz el farero:
8
5,3
1.060
Intriga. Drama
En la Gran Bretaña posterior a la Segunda Guerra Mundial, un médico visita una mansión llamada Hundreds Halls, donde su madre trabajó una vez como enfermera. Los propietarios están a punto de perder la casa porque no pueden pagar los impuestos, y dicen que el fantasma de la primera hija de su madre habita la casa. El médico se obsesiona con casarse con una de las hijas de los dueños... (FILMAFFINITY)
10 de enero de 2019
54 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me he decidido a escribir esta crítica al leer las anteriores y darme cuenta de que ninguno de los autores parece haber entendido la trama estructural de la película, que se mantiene en todo momento bajo la superficie y que, sin embargo, construye y ordena toda la secuencia de hechos que se da en la misma. Sin entender esta trama, la historia queda inevitablemente vacía de contenido. Por ello y sin más preámbulo, ya que realmente las críticas anteriores han hecho un excelente trabajo en ese sentido, paso directamente al spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
El doctor Faraday vuelve a la mansión de Hundreds Hall muchos años después de aquella vez en que, acompañando a su madre, trabajadora de la casa, pudo sumergirse en la embriagadora atmósfera de lujo y sofisticación de la aristocracia inglesa previa a la Segunda Guerra mundial. Para la mente del niño, los dueños de la mansión se convierten en poco menos que divinidades, y la casa en un Monte Olimpo digno de albergar a tales seres. En su imaginación, pudo fantasear con pertenecer a dicho mundo, incluso fue tocado y alagado por la señora Ayres, dueña de Hundreds Hall, y todo era perfecto, incluso iba a aparecer en un retrato con todos ellos, que sería la prueba testimonial de que él estuvo allí. Pero entonces llega Suki, primogénita de los Ayres, de la mano de su madre e ignorando totalmente la presencia del niño, se sitúa justo delante tapándolo completamente. Así, de un plumazo, lo devuelve a la realidad: Él no pertenece a ese mundo, sino al de los criados, y no es digno de estar entre brocados y sedas cuando viste un traje que ni siquiera le pertenece. Por si fuera poco, una vez dentro de la mansión y cuando cree que nadie lo ve, el niño no puede evitar romper un trozo de moldura de yeso, quizás para llevarse con él un pedazo de ese mundo o tal vez por destruirlo un poco al no poder pertenecer al mismo. Pero no está solo: Suki lo sorprende y es testigo también del tremendo bofetón con que lo castiga su madre al descubrirlo...
Curiosamente, ese fue el último día feliz de Suki. Anteriormente con una salud perfecta, pasa a enfermar repentinamente y muere poco después, en un tiempo en el que las autopsias no estaban a la orden del día. Curiosamente también, el pequeño Faraday estaba en la cocina mientras era preparada la cena para la niña. Una cocina en la que no faltaba el veneno para ratas.
A la vuelta de Faraday a la mansión, ya convertido en médico (o experto en drogas) encuentra que el brillo de ese mundo se ha desvaído por la falta de cuidados y dinero, y los habitantes de la mansión han pasado de seres divinos a casi espectros que deambulan por los desangelados pasillos, arrastrando sus desgracias. Aún así, desde un principio ese universo aislado vuelve a convertirse en su obsesión y, enmascarado en su flema británica, comienza a urdir una red que hace que los Ayres, poco a poco, sientan de alguna manera una especie de dependencia hacia él. También desde el comienzo de su nueva intrusión en la casa, una siniestra presencia se hace notar, y conforme sus visitas van en aumento y el vínculo con los habitantes de la casa se hace más estrecho, dicha presencia se hace cada vez más insistente, llegando a su clímax cuando el doctor Faraday se compromete en matrimonio con la señorita Caroline Ayres. En ese clímax, queda claro que la presencia no es otra que el fantasma de Suki, que parece querer avisar a su familia de un peligro que los acecha.
Finalmente, la señorita Ayres parece despertar del malsano influjo que ha ejercido sobre ella el doctor Faraday y rompe su compromiso con él. Ese es el único momento en el que vemos al doctor perder la compostura, demostrando hasta qué punto la posesión de Hundreds Hall es una obsesión para él. Y cuando Caroline oye ruidos en la planta superior de la mansión y sube a ver qué ocurre, esa cara de sorpresa y ese "Tú" previos a ser lanzada desde lo alto de las escaleras, esas mismas que fueron observadas poco antes desde el mismo lugar por Faraday, no hacen sino mostrarnos hasta dónde llegaba la enfermiza necesidad del doctor por ser amo y señor de todo aquello, y hasta dónde llegó su desesperación al comprender que la oportunidad había desaparecido para siempre.
El final, con la imagen del niño Faraday paseando por la vacía mansión, nos confirma que el "little stranger" del que nos habla el título no es otro más que él.
Curiosamente, ese fue el último día feliz de Suki. Anteriormente con una salud perfecta, pasa a enfermar repentinamente y muere poco después, en un tiempo en el que las autopsias no estaban a la orden del día. Curiosamente también, el pequeño Faraday estaba en la cocina mientras era preparada la cena para la niña. Una cocina en la que no faltaba el veneno para ratas.
A la vuelta de Faraday a la mansión, ya convertido en médico (o experto en drogas) encuentra que el brillo de ese mundo se ha desvaído por la falta de cuidados y dinero, y los habitantes de la mansión han pasado de seres divinos a casi espectros que deambulan por los desangelados pasillos, arrastrando sus desgracias. Aún así, desde un principio ese universo aislado vuelve a convertirse en su obsesión y, enmascarado en su flema británica, comienza a urdir una red que hace que los Ayres, poco a poco, sientan de alguna manera una especie de dependencia hacia él. También desde el comienzo de su nueva intrusión en la casa, una siniestra presencia se hace notar, y conforme sus visitas van en aumento y el vínculo con los habitantes de la casa se hace más estrecho, dicha presencia se hace cada vez más insistente, llegando a su clímax cuando el doctor Faraday se compromete en matrimonio con la señorita Caroline Ayres. En ese clímax, queda claro que la presencia no es otra que el fantasma de Suki, que parece querer avisar a su familia de un peligro que los acecha.
Finalmente, la señorita Ayres parece despertar del malsano influjo que ha ejercido sobre ella el doctor Faraday y rompe su compromiso con él. Ese es el único momento en el que vemos al doctor perder la compostura, demostrando hasta qué punto la posesión de Hundreds Hall es una obsesión para él. Y cuando Caroline oye ruidos en la planta superior de la mansión y sube a ver qué ocurre, esa cara de sorpresa y ese "Tú" previos a ser lanzada desde lo alto de las escaleras, esas mismas que fueron observadas poco antes desde el mismo lugar por Faraday, no hacen sino mostrarnos hasta dónde llegaba la enfermiza necesidad del doctor por ser amo y señor de todo aquello, y hasta dónde llegó su desesperación al comprender que la oportunidad había desaparecido para siempre.
El final, con la imagen del niño Faraday paseando por la vacía mansión, nos confirma que el "little stranger" del que nos habla el título no es otro más que él.