Entre las abominables historias que llevó a la pantalla pequeña la séptima encarnación del Doctor, ésta es, quizás, de las pocas que se salve, no se si por claudicación del espectador más que por su dudosa calidad fílmica.

Cuando andas desesperado con audiencias bajas no hay nada mejor que sacar a pasear a los daleks. Además, creo que leí en algún sitio, que si no aparecían cada tanto, perdían los derechos sobre ellos. En fin, sea cual sea el motivo, siempre es de agradecer ver a esos saleros irritantes e irritados exterminando a quién se pone por delante. Dos facciones de daleks enfrentadas entre sí por la pureza racial, en 1963, en el instituto de educación donde todo empezó, intentando cerrar algunos cabos sueltos de anteriores encarnaciones.

McCoy sigue empleando ese paraguas ridículo como su extensión - del destornillador sónico ni nos acordamos - y lo emplea a modo de tirolina y para cualquier cosa que se le ocurra. No se que es peor, si el paraguas o el destornillador. Y, por supuesto, en su continuo homenaje a Charlot, sigue ofreciéndonos malabares con el sombrero, aunque más contenido.

En fin, no es que sea de las mejores, pero no me he sentido impelido a quitar el capítulo de la tele, como si me ocurre con otros ciclos de esta encarnación del Doctor.