Segundo filme del díptico bizarro que mezcla monstruos clásicos -Drácula, Frankenstein- con personajes reales del oeste americano - Billy el niño, Jesse James - con desigual suerte. Este que tenemos entre manos, es el peor de ambos. Con textura de mediocre telefilme cincuentero del oeste, no lo salva ni John Carradine, que compone un penoso vampiro que luce chistera y que pone ojos de drogado con champiñones alucinógenos cada vez que quiere hipnotizar a alguien. Una dirección horrorosa, sin personalidad, triste, alimenticia.

Aquí emplean lo que más les conviene de la leyenda del vampiro: Se olvidan que duerme en un ataúd con tierra de su castillo, o que no come, o, simplemente, que no sale de paseo de día. Y luego parece que tiene cuatro colmillos. Todo muy cutre. Más que un noble transilvano parece un proxeneta secuestrador, preparando en una mina, para yacer con su víctima, una cama mullida y con sábanas de seda. De puti-club de "Airbag". Le faltan los espejos en el techo y la piel de oso frente a la chimenea. Y Billy el niño es un pobre pringado, que hasta la da para el pelo un masilla del montón.

En fin, un bodriete. Nada que haga de este filme algo del culto.