Nueva entrega de la tercera encarnación de Charlie Chan en la franquicia, ya cuesta abajo. Roland Winters cumple como Chan, aunque ya la pareja que constituyen su hijo y su chofer negro se aposentan más como recurso cómico cada vez más alejado de la utilidad que tenían en anteriores entregas, así su segundo hijo es un torpe inconsciente y el chófer es una parodia del presunto "comportamiento" afroamericano: miedo a los fantasmas, repelús y ojos desorbitados ante la presencia de muertos en una funeraria, algo ya visto en otros filmes de la saga. Por otro lado, Charlie Chan parece haber "perdido" a su numerosísima familia, puesto que vive en una casa con el chofer y su segundo hijo y no se hace mención a más vástagos.

La historia es presuntamente compleja, quizás demasiado, con diversos cabos sueltos que no acaban de quedar muy claros y que, a la postre, no son relevantes en la historia. No obstante, como todas las de Charlie Chan, son entretenidas y te conduce a la típica reunión de acusados donde todo se descubrirá, con alguna artimaña de última hora del inteligente detective.