El cine de Nicolas Klotz es ciertamente particular, dedicándose (al menos en ésta Low Life y en su anterior film, La question humaine) a retratar los problemas de la sociedad desde un punto de vista diferente al habitual, en el sentido de que a pesar del realismo con el que dice las cosas, se permite encerrar a sus personajes en una burbuja para distanciarlos del espectador. Esta burbuja es un guión escrito por Elisabeth Perceval que en momentos puntuales da rienda suelta a la lírica y la antepone a la realidad, creando una extraña sensación en la que la pantalla se rompe y no sabemos cómo entender lo que está sucediendo en los fragmentos. Estos momentos, tan pedantes -y tan franceses- son lo que aleja a "Low Life" de ser una gran película para quedarse en una interesante mirada a temas como las revueltas políticas o la inmigración.

La historia se inicia así con una revuelta (el director ha querido admitir ecos al 15M) en la que varios jóvenes se enfrentan a las fuerzas policiales para evitar el desalojo de una vivienda ocupada por sin papeles. Los protagonistas son jóvenes con dinero, burgueses que lo tienen todo y han encontrado en esta acción una forma de dar sentido a una existencia vacía. El arranque es potente, pero este tramo se dilata en exceso. La cosa mejora cuando surge una historia de amor entre un inmigrante y una francesa y comienzan los problemas: ha recibido una carta que le deniega el permiso de residencia. Dirigida con fuerza, en este segundo arco es cuando la película funciona mejor y demuestra una vez más el porqué el duo Klotz-Perceval funciona aún a pesar de estos momentos impostados en los que la voz en off recita una poesía para darle a todo un toque más solemne, jugándole un poco en contra. Aún con todo, una sólida propuesta con un momento casi al final que vale su peso en oro (una conversación concreta) y un final tan sólido como inesperado. Buen cine que pudo ser grande de haberse rebajado algunos de sus excesos.