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Voto de antonalva:
7
Drama Berlín, 1956. Faltan cinco años para la construcción del muro. Un grupo de estudiantes alemanes decide mostrar su solidaridad con las víctimas de la Revolución Húngara de 1956 con un minuto de silencio durante las clases. (FILMAFFINITY)
23 de julio de 2018
29 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Interesante película que refleja el calvario de vivir bajo las libérrimas y proletarias dictaduras comunistas durante la triste y omnisciente guerra fría, cuando el mundo parecía dividirse, como si fuera un axioma inapelable, en dos bloques antitéticos e irreconciliables: el capitalismo explotador y el comunismo redentor. Considerando que esta arbitraria definición de los dos bloques era una ponzoñosa falacia, impregnada por la propaganda liberticida que pretendía maquillar lo que en realidad era una lucha ideológica entre democracia y dictadura (sin epítetos rimbombantes) – y que aún hoy ensombrece los discursos de tantos políticos y periodistas que se dicen defensores de las clases y los pueblos oprimidos – nos encontramos con que denunciar lo que ocurrió entonces sigue siendo motivo de indignación, controversia y escarnio, como si no hubiéramos aprendido nada.

Quizás el mejor ejemplo de aquel despropósito lo podamos encontrar en el insalubre y delirante régimen inquisitorial de la ya extinta DDR, perfecta síntesis del peor nazismo y del atroz comunismo, creando una claustrofóbica aberración donde se enaltecía la delación y se glorificaba al estado policial, como baluarte de la defensa del nuevo orden proletario, donde ser hijo de un licenciado te cerraba, de forma automática, las puertas de la universidad (ya que había que humillar y destruir a las élites burguesas para así alcanzar el anhelado paraíso terrenal del trabajador manual u obrero), destruyendo así la clase media, encumbrando a las personas en función de su origen social y no por su capacitación o méritos. En vez de mimar y fomentar la igualdad de oportunidades de todos sus ciudadanos, se impedía progresar a los más aptos y se encumbraba a los más dóciles o a los más útiles. Cuando las decisiones se basan en prejuicios doctrinarios de cómo debería ser el mundo, la justicia deja paso a la venganza.

El director y guionista Lars Kraume se fija en lo que pudiera parecer una anécdota inocente pero que nos muestra la sinrazón de un Estado con delirio de persecución, donde toda disidencia quedaba proscrita, donde cualquier opinión se tomaba como afrenta al dogma establecido, donde pensar podía significar la anulación de los derechos civiles y la conculcación de la libertad, como prenda por edificar un sistema más justo, una sociedad más igualitaria. Pero cuando la retórica de los discursos enmascara la imposibilidad de tener criterio y de poderlo expresar en libertad, entonces estamos ante el advenimiento del terror, de la cárcel y del deshonor.

Quizás algo discursiva, sensiblera y simplista, aunque muy necesaria para no olvidarnos de dónde venimos y de que la libertad es un bien escaso y frágil que necesita ser cultivado y protegido si no queremos repetir los horrores del pasado.
antonalva
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