Un apaciguado ex-gánster, ahora reconvertido en pequeño empresario de provincias, es encargado por su antiguo colega de fechorías, moribundo, de hacerse cargo de sus negocios -evidentemente nada limpios- y de su hija, una alocada jovencita que nada sabe de las actividades de su padre.

Este es el punto de partida argumental de esta comedia, un clásico francés que plantea una divertida historia, en la que unos personajes muy atractivos sirven para establecer cómicos contrastes, ya sea entre lo antiguo y lo moderno o entre lo culto y lo vulgar. Lamentablemente no entiendo el francés, pero aún así resulta imprescindible ver la película en versión original, pues uno de los mayores aciertos del filme es la contraposición exagerada y cómica entre la jerga propia de los delincuentes parisinos y el lenguaje culto y snob. Incluso algunos personajes parecen exclusivamente concebidos para acentuar dichas diferencias, como ese peculiar mayordomo que encarna Dalban (que alterna ambos registros, y se expresa en inglés con los señores, como signo de distinción) o el singular rufián de la destilería (que sienta cátedra cada vez que habla, haciendo gala de su dominio de las citas cultas), muy bien interpretado por Horst Frank.

Pero la película cuenta además con otros personajes excelentes, empezando por el impagable Lino Ventura, un actor cuya seriedad y gestos amenazadores -porque Ventura impone- resultan muy humorísticos cuando contrastan -como es el caso- con las actitudes o situaciones en las que se ve envuelto (tanto es así que otros directores supieron aprovecharlo con similares intenciones, como ocurre en "El Embrollón", de Edouard Molinaro). Los actores realizan, por tanto, una labor fantástica y fundamental, destacando Blier (como el siempre magullado Volfoni), y esa pareja de matones, que encima son primos hermanos, siendo muy divertido el sentencioso Pascal, encarnado por Venantini.

Correctamente realizada por Lautner, un exitoso director especializado en comedias y policiacos, destacan secuencias como el "consejo" celebrado entre Ventura y sus nuevos secuaces, la borrachera de los veteranos hampones en la cocina en medio de una fiesta de jóvenes sesenteros, y el tiroteo desatado en el palacete mientras Ventura atiende la proposición de matrimonio que, en nombre de su hijo, realiza el señor Delafoy, vicepresidente del FMI, y a la postre sordo como una tapia (o sea, como los de ahora). Pero sin duda, la principal virtud de la película es su guión, cuyos diálogos son fruto del trabajo de Michel Audiard, prolífico guionista que colaborará con Lautner en numerosas ocasiones, como en la recomendable "Muerte de un Corrupto".