No entiendo “La boda” de Marina Seresesky. Según el Convenio colectivo del Sector de Limpieza de Edificios y Locales (aunque los convenios sean papel higiénico con la nueva reforma laboral), Artículo 25- Apartado b, la trabajadora protagonista de este cortometraje tiene derecho a «Un día por matrimonio de hijos, ampliable a dos si se celebra fuera de la Comunidad de Madrid». La trabajadora, además, había preavisado…

Después el espectador se entera de que es una inmigrante sin papeles ni dinero a la que nadie le fía ni un céntimo. Parte del público se pregunta qué empresa del sector en su sano juicio contrata empleados en situación ilegal. Sobre todo cuando al estar contratada puede regularizar su situación y obtener un permiso de trabajo. En fin, que encima hay algo llamado ‘picardía’: «Me he puesto mala y me voy a casa» que para eso tiene horas médicas reflejadas en el convenio.

Como no entiendo nada de los sucede en “La boda” cuando llega su desenlace, para realzar la figura maternal, no puedo dejarme de preguntar si la protagonista del cortometraje, aparte de sacrificar trabajo, vida y dinero, ha sacrificado su raciocinio. Aunque es cierto que lo que van a hacer a los inmigrantes seguramente en la próxima Ley de Extranjería —véase ya ese cerco brutal a lo que el Gobierno ha denominado ‘Turismo sanitario’— es cosa de locos. ¿Trataba de eso el asunto?

Su nominación al Yoya deja clara únicamente una cosa: mucho progre y poco le(C)tura del Estatuto de los Trabajadores.