¿Alguien espera darse un exquisito festín con la cosecha cinematográfica actual de Ridley Scott? En esta década que llevamos el director de “Alien, el octavo pasajero” o “Blade Runner” resulta irreconocible. Parece que se ha convertido en uno más al servicio de la industria autora de productos masivos destinados al consumo y su posterior olvido.

Puede que esta vez tenga excusa al realizar pretendidamente un filme menor cuyo objetivo era trabajar con actores que admira y rodar en la Provenza francesa. A resignarse voluntariamente a dirigir una comedia romántica agradable e intrascendente que los espectadores menos exigentes agradecerán tanto como un vino de marca en el calimocho.

La historia de siempre: un broker inglés ambicioso, frío, implacable, calculador y sin ningún tipo de escrúpulos hereda un viñedo de su difunto tío en la Provenza y allí rememora su pasado y conoce… bla, bla, bla, bla, bla, bla, etc. ¿Deberían contener spoiler las críticas de este tipo de películas?

Obviamente entrar a valorar o descalificar películas como “Un buen año” es un ejercicio que se simplifica a confirmar si realmente funciona o no. Y en este caso su abultada carga previsible sin sorpresas llevan la cata de este vino a un terreno farragoso. Aunque Scott da prioridad a los escenarios (rasgo habitual en su filmografía) y rinde su peculiar homenaje el cine francés con insertos de Tati entre otros. Uno de los pocos alicientes en una propuesta de buena factura, que fracasa al inmiscuirse en la comedia, cuya definición más recurrente en el envase será ‘comedia romántica olvidable de fácil digestión’. Mejor no la pruebe o hágalo sin demasiada confianza e interés.