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Voto de Archilupo:
8
Drama. Comedia. Romance Antes de la I Guerra Mundial (1914-1918), Elena (Ingrid Bergman), una bella princesa polaca, se enamora en París de un político francés, miembro de un partido radical, y de un general. Al mismo tiempo, un oficial suspira también por el amor de la princesa. (FILMAFFINITY)
10 de mayo de 2010
23 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Renoir, “El Patrón”, retornó del exilio americano convertido en un clásico. En la ‘Trilogía teatral’ (o ‘de qualité’) cerrada por “Elena y los hombres”, la cámara ya no explora mundos retinianos, como en “Une partie de campagne” y su grandiosa profundidad de campo, sino que se aquieta, y los movimientos —frenéticos, eso sí— ocurren en el interior de los cuadros. Al mismo tiempo, la planificación y el montaje se han vuelto muy precisos y económicos.
Lo que los años americanos no han cambiado es el temperamento meridional: humorista, sensual, popular, panteísta, vividor, hedonista.
Tampoco el instinto pictórico heredado, que se manifiesta ahora en el tratamiento del color, refinado y exquisito. En varias escenas multitudinarias de la primera parte homenajea a su padre, el pintor de ‘Le Moulin de La Galette’, en el bohemio e intelectual Montmartre donde se crió el cineasta.

La película es una opereta, con su argumento farsesco, coreografías, números de canto y baile, uniformes y entorchados, intervenciones de una grotesca soprano, todo presentado en tono fuertemente burlesco.
Ingrid Bergman, con la esplendorosa belleza de sus cuarenta años, es una princesa polaca que ayuda en París a hombres en sus planes de promoción social y tiene tres pretendientes, los tres liados en un delirante plan para dar un golpe de estado de corte autoritario en la Francia de la Belle Epoque, antes de la Primera Gran Guerra.
Se suceden las carreras locas, a velocidad endiablada, empujones y caídas en tropel. Los cómicos hacen visajes y no faltan vodevilescas escenas de sofá, enredos eróticos y tumultuosos cuadros corales.

No cabe esperar que se profundice en los hechos históricos y la figura del general Boulanger que sirven de base, pero detrás de la constante guasa, y desde su personal posición anárquica, la ironía con que Renoir ridiculiza los entresijos políticos, o se mofa de los ricos, desnudando ferozmente sus motivaciones, tiene bastante más alcance del que parece.
Pero en lugar de exponer su pensamiento con enfoque enjundioso prefiere aplicar a manos llenas un procedimiento que le va más: el humor vitalista, como de tebeo popular, francamente cachondo, capaz de arrancar, tras más de medio siglo, continuas carcajadas colectivas en la sala.

[A Quim]
Archilupo
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