No me gustan los making of de las películas por dos razones:

1. No me interesan los detalles que rodean la producción. Me da igual si una actriz se tira un pedo en medio de una escena, si el director dirige borracho o si el guionista se liga a la ayudante de maquillaje. Es decir, me interesa el resultado final, no el proceso creativo.

2. Y no me interesa el proceso por una simple razón: jode toda la magia de lo que acabo de ver. La idea personal e intransferible de la construcción de la escena álgida, del momento de tensión, de la interpretación suprema...cobra vida y suele decepcionarme. Es, por poner un símil, como cuando un libro que adoras se adapta al cine de forma chapucera o de forma muy distinta a como lo habías imaginado. Lo cual sucede (lo 2º) en el 90% de los casos.

Pero este "making of" es especial. Porque es tan bueno como la película. Toda una odisea narrada de forma incluso más amena que el largometraje. Actores drogados, rodaje en medio de una guerra local, ataques al corazón, lesiones varias, rituales de sacrificio, caprichos de megaestrellas, locura y megalomanía a raudales. Pero a la vez, es la lucha de un hombre contra los elementos por sacar adelante un proyecto. Su proyecto. Su sueño. Algo digno de aplauso. Y es que Coppola nos cae bien.

Ovación cerrada para su mujer, que tuvo el olfato comercial y el acierto de rodar todo este material en medio de la selva filipina para que años después los espectadores pudiesemos disfrutar de un verdadero director's cut.

Imprescindible.