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Voto de tolstoievska:
7
6,8
8.396
Drama
Josh Waitzkin (Max Pomeranc) es un niño normal, pero también un prodigio del ajedrez. Tiene verdadera pasión por el ajedrez y quiere convertirse en un nuevo Bobby Fischer, su ídolo. Su padre (Joe Mantegna), un periodista deportivo, le apoya en todo, decidido a que su hijo se convierta en un futuro maestro. Para ello le asignan un entrenador de lo más frío, Bruce Pandolfini (Ben Kingsley), que le enseña las estrategias de Bobby Fischer. (FILMAFFINITY) [+]
30 de enero de 2008
39 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este comentario es en recuerdo del gran jugador fallecido hace pocos días. Por ello, igual que esta interesante película, está principalmente dedicada a todos los que conocen el ajedrez, y han disputado alguna vez una gran partida o una serie de choques a lo largo de un campeonato.
La película sigue los pasos de un niño que es genial en el campo de batalla de 64 casillas, y que es capaz de realizar partidas rápidas con adultos prácticamente desde su infancia. Con esos adultos fascinados y apasionados por esas partidas callejeras y no oficiales. Desde luego ésta “En busca de Bobby Fischer” es una obra que aborda un juego que puede llegar a enganchar de un modo insospechado, y en el cual, como bien sabía Fischer –el excéntrico, ingenioso y mordaz jugador-, se desata una guerra cruenta y destructiva, donde cada movimiento puede llevar al adversario a una derrota casi tan devastadora como si nos disparasen a la cabeza en un campo de batalla real.
Al final el niño protagonista tendrá que enfrentarse a ese otro niño de aspecto despiadado e invencible. Y la incertidumbre de saber si podrá derrotarlo crea un buen suspense en el espectador. Un película muy interesante.
La película sigue los pasos de un niño que es genial en el campo de batalla de 64 casillas, y que es capaz de realizar partidas rápidas con adultos prácticamente desde su infancia. Con esos adultos fascinados y apasionados por esas partidas callejeras y no oficiales. Desde luego ésta “En busca de Bobby Fischer” es una obra que aborda un juego que puede llegar a enganchar de un modo insospechado, y en el cual, como bien sabía Fischer –el excéntrico, ingenioso y mordaz jugador-, se desata una guerra cruenta y destructiva, donde cada movimiento puede llevar al adversario a una derrota casi tan devastadora como si nos disparasen a la cabeza en un campo de batalla real.
Al final el niño protagonista tendrá que enfrentarse a ese otro niño de aspecto despiadado e invencible. Y la incertidumbre de saber si podrá derrotarlo crea un buen suspense en el espectador. Un película muy interesante.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Volviendo a Fischer; ¿qué decir de este genial jugador? Pues quizás que era tan clarividente y astuto cuando se trataba de jugar dentro del tablero, como imprudente, inadecuada y destructiva era su conducta en el mundo real. Los buenos jugadores de ajedrez saben que a veces tenemos que retroceder un paso y devolver una pieza a la casilla de la que no debimos sacarla, para seguir teniendo posibilidades de ganar la partida. Lo contrario; empecinarnos en ganar el juego siguiendo la misma estrategia, es sencillamente suicida. En el mundo real sucede lo mismo, pero Fischer tenía en el mundo real la torpeza e imprudencia de la que nunca pecó dentro del tablero, donde no se le escapaba ningún movimiento. Así se entiende que odiase a su madre por ser comunista, o a los americanos por ser americanos, o a los judíos, pese a que tenía sangre judía en sus venas. ¿Pero realmente los odiaba? ¿O más bien era un excéntrico y un paranoico de mucho cuidado que no se sabía muy bien si decía algo en serio o si se reía de nosotros? ¿Cómo interpretar que al poco de caer las torres gemelas dijese que Estados Unidos se merecía eso y más? ¿No suena un poca a ganas de provocar?
Pero claro, estas actitudes Fischer las pagó con creces, y tras disputar esa partida de ajedrez contra Boris Spaski en la década de los noventa, tuvo que vivir exiliado y amenazado por su propio gobierno. Por suerte, tras un paso por Japón, recibió asilo político en Islandia, donde años antes había terminado con la supremacía en el ajedrez de los soviéticos.
Entre sus partidas más admiradas es significativa una de sus aperturas contra Spaski. Fischer realizó un movimiento con el que sólo había arrancado una vez en toda su vida –pues era muy arriesgado- y con el que desconcertó a todos los que seguían la partida. Era un movimiento que parecía suicida. Una apertura que en otras manos le habría llevado a la derrota segura, y sin embargo, en manos de Fischer se convirtió en una obra de arte con la que encerró y derrotó a su contrincante. Sorprendido y aturdido por el inusual e innovador planteamiento que le convertía en cazador cazado.
Tras su muerte, Kasparov –al que Fischer decía odiar tanto como a Karpov- fue interrogado sobre el rumor que circulaba en relación a una partida disputada entre ellos dos en la red, y sobre el nombre del vencedor. Kasparov dijo que efectivamente había jugado contra Fischer, pero que decir si derrotó a su rival, o si la partida terminó en tablas, era en último caso banal, pues ahora estaba centrado en sus actividades políticas y sus batallas eran otras.
Quizás Fischer siga jugando al ajedrez en el cielo, o simplemente esté tumbado observando una bonita puesta de sol; sólo que ahora lo hará desde una dimensión o perspectiva diferente.
Pero claro, estas actitudes Fischer las pagó con creces, y tras disputar esa partida de ajedrez contra Boris Spaski en la década de los noventa, tuvo que vivir exiliado y amenazado por su propio gobierno. Por suerte, tras un paso por Japón, recibió asilo político en Islandia, donde años antes había terminado con la supremacía en el ajedrez de los soviéticos.
Entre sus partidas más admiradas es significativa una de sus aperturas contra Spaski. Fischer realizó un movimiento con el que sólo había arrancado una vez en toda su vida –pues era muy arriesgado- y con el que desconcertó a todos los que seguían la partida. Era un movimiento que parecía suicida. Una apertura que en otras manos le habría llevado a la derrota segura, y sin embargo, en manos de Fischer se convirtió en una obra de arte con la que encerró y derrotó a su contrincante. Sorprendido y aturdido por el inusual e innovador planteamiento que le convertía en cazador cazado.
Tras su muerte, Kasparov –al que Fischer decía odiar tanto como a Karpov- fue interrogado sobre el rumor que circulaba en relación a una partida disputada entre ellos dos en la red, y sobre el nombre del vencedor. Kasparov dijo que efectivamente había jugado contra Fischer, pero que decir si derrotó a su rival, o si la partida terminó en tablas, era en último caso banal, pues ahora estaba centrado en sus actividades políticas y sus batallas eran otras.
Quizás Fischer siga jugando al ajedrez en el cielo, o simplemente esté tumbado observando una bonita puesta de sol; sólo que ahora lo hará desde una dimensión o perspectiva diferente.