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Voto de Ludovico:
3
1969
7,8
422
Documental
Poeta y héroe de la contracultura americana, Jonas Mekas nació en Lituania en 1922, inventando el diario filmado. Walden, su primer film-diario completo, un retrato épico de la escena vanguardista neoyorquina de los 60, también es un innovador y personal trabajo cinematográfico. (FILMAFFINITY)
8 de agosto de 2011
40 de 64 usuarios han encontrado esta crítica útil
La puntuación media de esta película es 8,3 y, la más repetida, el 10; la mía es 3. ¿Algo ha escapado a mi intelecto o mi sensibilidad, algo que otros son capaces de valorar y yo no veo? Por supuesto, puede ocurrir, y, de ser ése el caso, si cualquier día se me despeja la mente, espero ser capaz de reconocerlo sin reservas. Pero, mientras mis facultades perceptivas se espabilan, mi interpretación provisional es otra.
Jonas Mekas es uno de los mitos del cine independiente americano de los años sesenta y de lo que entonces se llamó “contracultura”. A pesar de haber vivido aquel momento —o quizás precisamente por haberlo vivido— no tengo en alta estima lo que algunos han llamado la “década prodigiosa”, que más bien me parece una época contradictoria y confusa, tan rebosante de buena voluntad como carente de claridad. De hecho, no es casual ni paradójico que su resultado haya sido el mundo que ahora vivimos: mundo de globalización uniformizante, relativismo disolvente y pensamiento único.
A mi entender, Walden (1969) refleja en su propia sustancia la confusión de valores que presidió aquellos años: se atacaba, con razón, unas estructuras fosilizadas y constrictivas, pero, a cambio, no se tenía nada más que ofrecer que un espontaneísmo voluntarista, una ingenuidad inconsciente, una imaginación que no iba más allá del ingenio y un afán rupturista incapaz de ver un palmo más allá de sus narices. Y todo eso forma parte de los materiales con que está construida esta película. Como también —típico del arte vanguardista y experimental de la época—, la abolición de toda regulación sintáctica, la ausencia de cualquier estructura unitaria y compleja capaz de dar profundidad y cohesión, y la búsqueda fácil del impacto y la novedad como meta suprema del quehacer artístico.
Que la película recurra a Andy Warhol o Timothy Leary, por ejemplo, me parece normal; que se permita invocar a H. D. Thoreau o C. Th. Dreyer me parece, más bien, una desfachatez. ¿Tiene Thoreau (autor del libro “Walden” en el que se supone que la película bebe su inspiración) algo que ver con lo que ha hecho Jonas Mekas? ¿Daría Dreyer (al que también se evoca en el film) su beneplácito a esta película? Me parece muy difícil que el naturalista que se retiró a vivir en el silencio y la soledad, “entre bosques y lagunas”, pudiera aprobar una obra que parece expresión involuntaria del ritmo frenético, sincopado, caótico, neurótico, por no decir paranoico y delirante, de la vida urbana contemporánea; o que el autor de Ordet, maestro creador de arquitecturas complejas, depuradas hasta la quintaesencia, en las que hasta el trazo más simple está concienzudamente meditado y rebosa de sentido, pudiera aprobar la acumulación caótica de fragmentos anecdóticos reducidos a su más pura materialidad, refractarios a cualquier significado coherente, y, en definitiva, el afán gratuito de originalidad, a veces pueril, que preside la película de Mekas.
(termino en el spoiler)
Jonas Mekas es uno de los mitos del cine independiente americano de los años sesenta y de lo que entonces se llamó “contracultura”. A pesar de haber vivido aquel momento —o quizás precisamente por haberlo vivido— no tengo en alta estima lo que algunos han llamado la “década prodigiosa”, que más bien me parece una época contradictoria y confusa, tan rebosante de buena voluntad como carente de claridad. De hecho, no es casual ni paradójico que su resultado haya sido el mundo que ahora vivimos: mundo de globalización uniformizante, relativismo disolvente y pensamiento único.
A mi entender, Walden (1969) refleja en su propia sustancia la confusión de valores que presidió aquellos años: se atacaba, con razón, unas estructuras fosilizadas y constrictivas, pero, a cambio, no se tenía nada más que ofrecer que un espontaneísmo voluntarista, una ingenuidad inconsciente, una imaginación que no iba más allá del ingenio y un afán rupturista incapaz de ver un palmo más allá de sus narices. Y todo eso forma parte de los materiales con que está construida esta película. Como también —típico del arte vanguardista y experimental de la época—, la abolición de toda regulación sintáctica, la ausencia de cualquier estructura unitaria y compleja capaz de dar profundidad y cohesión, y la búsqueda fácil del impacto y la novedad como meta suprema del quehacer artístico.
Que la película recurra a Andy Warhol o Timothy Leary, por ejemplo, me parece normal; que se permita invocar a H. D. Thoreau o C. Th. Dreyer me parece, más bien, una desfachatez. ¿Tiene Thoreau (autor del libro “Walden” en el que se supone que la película bebe su inspiración) algo que ver con lo que ha hecho Jonas Mekas? ¿Daría Dreyer (al que también se evoca en el film) su beneplácito a esta película? Me parece muy difícil que el naturalista que se retiró a vivir en el silencio y la soledad, “entre bosques y lagunas”, pudiera aprobar una obra que parece expresión involuntaria del ritmo frenético, sincopado, caótico, neurótico, por no decir paranoico y delirante, de la vida urbana contemporánea; o que el autor de Ordet, maestro creador de arquitecturas complejas, depuradas hasta la quintaesencia, en las que hasta el trazo más simple está concienzudamente meditado y rebosa de sentido, pudiera aprobar la acumulación caótica de fragmentos anecdóticos reducidos a su más pura materialidad, refractarios a cualquier significado coherente, y, en definitiva, el afán gratuito de originalidad, a veces pueril, que preside la película de Mekas.
(termino en el spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Es comprensible que en su momento, Walden fuera ensalzada por los contestatarios; de algún modo, se oponía al “establishment” de aquel entonces. Que se pretenda ahora mantener su vigencia, lo entiendo menos. Su capacidad “provocadora” (y sus hipotéticos méritos no me parece que vayan mucho más allá de eso) es, a estas alturas, nula. Habría que entender que en un mundo presidido por la fealdad, la estulticia y la simpleza lo único realmente provocador es la belleza densa y coherente de una obra compleja y profunda; dicho de otro modo, lo realmente provocador —hoy como hace cuatro décadas— sería hacer algo equivalente a “Ordet”, que es lo que no hace casi nadie. “Walden” es, en cierto sentido y con más o menos fortuna, lo que hace todo el mundo.
El “Walden” de Mekas, aunque a algunos les pueda pesar, forma ya parte de la mediocre cultura oficial del siglo XX, tan oficial, por cierto, como lo fue en su momento la del siglo XIX; aunque, eso sí, con una diferencia: Mekas y sus amigos carecían del conocimiento del oficio y de la paciente constancia en el trabajo que tuvieron sus predecesores. Tenían demasiada prisa. Muy de su tiempo.
Como documento sociológico de una época, Walden es interesante. Como cine, me parece un film propio de un aficionado al que no negaría cierta sensibilidad (pero aficionado al fin y al cabo), incoherente y vacío, perfecta expresión de una mentalidad inteligente a su manera, pero completamente desintegrada.
El “Walden” de Mekas, aunque a algunos les pueda pesar, forma ya parte de la mediocre cultura oficial del siglo XX, tan oficial, por cierto, como lo fue en su momento la del siglo XIX; aunque, eso sí, con una diferencia: Mekas y sus amigos carecían del conocimiento del oficio y de la paciente constancia en el trabajo que tuvieron sus predecesores. Tenían demasiada prisa. Muy de su tiempo.
Como documento sociológico de una época, Walden es interesante. Como cine, me parece un film propio de un aficionado al que no negaría cierta sensibilidad (pero aficionado al fin y al cabo), incoherente y vacío, perfecta expresión de una mentalidad inteligente a su manera, pero completamente desintegrada.