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Voto de Quim Casals:
8
6,8
9.165
Drama
Cyril, un niño de once años, se escapa del hogar de acogida, donde su padre lo dejó después de prometerle que volvería a buscarlo. Lo que Cyril se propone es encontrarlo. Después de llamar en vano a la puerta del apartamento donde vivían, para eludir la persecución del personal del hospicio, se refugia en un gabinete médico y se echa en brazos de una joven sentada en la sala de espera. Así es como, por pura casualidad, conoce a ... [+]
2 de noviembre de 2011
90 de 96 usuarios han encontrado esta crítica útil
O acaso el joven Antoine Doinel buscando una salida: hay un largo travelling siguiendo al niño mientras pedalea frenética y desesperadamente hacia no sabe dónde.
Esta película de los Dardenne —la primera que veo de ellos, por lo que no puedo establecer juicios comparativos con su anterior producción— ofrece estallidos de gran cine, entre los cuales:
- Un estupendo dibujo de los dos personajes principales: el niño, Cyril, presentado sin edulcorantes ni eufemismos, con las reacciones de hosquedad e incluso agresividad que se podrían dar perfectamente en un caso real con las terribles circunstancias que le han tocado vivir, y la mujer que lo acoge, Samantha (de la que, tal como han expresado los directores en las entrevistas promocionales, se dejan sus motivaciones más íntimas —pienso que acertadamente— a la libre interpretación del espectador), ambos más que excelentemente interpretados por Cécile De France y ese gran descubrimiento llamado Thomas Doret.
- Un guión que maneja muy bien las elipsis y dónde no son los grandes actos, sino las pequeñas acciones mostradas en su absoluta naturalidad, sin grandilocuencia alguna (el primer abrazo, la primera sonrisa compartida, la primera petición de perdón…), las que marcan los puntos de inflexión emocional, y llegan a sobrecogernos.
-Una cámara en mano que nos lleva del brazo de los personajes, de manera casi dolorosa en su realismo fotográfico, y que sabe moverse acompasándose a sus diferentes estados de ánimo.
- Un uso muy trabajado del sonido (me parece especialmente ejemplar la patética escena del niño con el padre que le repudia, en el restaurante dónde éste trabaja, con los utensilios de la cocina creando un fondo sonoro metálico e impersonal que revela el total desapego afectivo del progenitor). En el mismo sentido, resulta acertadísimo el uso de la música (tan solo breves compases iniciales del concierto "Emperador" de Beethoven, siempre en momentos muy puntuales y bien escogidos, hasta su eclosión final ya en los títulos de crédito).
En definitiva, una punzante pero al mismo tiempo bella y tierna historia sobre la búsqueda del cariño y el amor, con la cruel aceptación de su ausencia allá dónde debería darse, pero al mismo tiempo con su refulgente aparición dónde menos se esperaba: la pura y genuina gratuidad del amor incondicional que finalmente nos reconcilia con lo mejor de la condición humana.
(Otros aspectos de la película serán tratados en la zona spoiler, al contener datos esenciales del argumento).
Esta película de los Dardenne —la primera que veo de ellos, por lo que no puedo establecer juicios comparativos con su anterior producción— ofrece estallidos de gran cine, entre los cuales:
- Un estupendo dibujo de los dos personajes principales: el niño, Cyril, presentado sin edulcorantes ni eufemismos, con las reacciones de hosquedad e incluso agresividad que se podrían dar perfectamente en un caso real con las terribles circunstancias que le han tocado vivir, y la mujer que lo acoge, Samantha (de la que, tal como han expresado los directores en las entrevistas promocionales, se dejan sus motivaciones más íntimas —pienso que acertadamente— a la libre interpretación del espectador), ambos más que excelentemente interpretados por Cécile De France y ese gran descubrimiento llamado Thomas Doret.
- Un guión que maneja muy bien las elipsis y dónde no son los grandes actos, sino las pequeñas acciones mostradas en su absoluta naturalidad, sin grandilocuencia alguna (el primer abrazo, la primera sonrisa compartida, la primera petición de perdón…), las que marcan los puntos de inflexión emocional, y llegan a sobrecogernos.
-Una cámara en mano que nos lleva del brazo de los personajes, de manera casi dolorosa en su realismo fotográfico, y que sabe moverse acompasándose a sus diferentes estados de ánimo.
- Un uso muy trabajado del sonido (me parece especialmente ejemplar la patética escena del niño con el padre que le repudia, en el restaurante dónde éste trabaja, con los utensilios de la cocina creando un fondo sonoro metálico e impersonal que revela el total desapego afectivo del progenitor). En el mismo sentido, resulta acertadísimo el uso de la música (tan solo breves compases iniciales del concierto "Emperador" de Beethoven, siempre en momentos muy puntuales y bien escogidos, hasta su eclosión final ya en los títulos de crédito).
En definitiva, una punzante pero al mismo tiempo bella y tierna historia sobre la búsqueda del cariño y el amor, con la cruel aceptación de su ausencia allá dónde debería darse, pero al mismo tiempo con su refulgente aparición dónde menos se esperaba: la pura y genuina gratuidad del amor incondicional que finalmente nos reconcilia con lo mejor de la condición humana.
(Otros aspectos de la película serán tratados en la zona spoiler, al contener datos esenciales del argumento).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Sitúo esta película en la categoría de las que yo llamo "de digestión lenta", porqué durante e inmediatamente después del visionado me parecieron sobrantes algunos personajes y situaciones, en un juicio que con la reflexión pausada a posteriori considero quizás algo precipitado.
En concreto, me refiero a la figura del camello, cuya primera aparición me resultó descorazonadora, en tanto que desviaba la historia por senderos mucho menos estimulantes que la relación del niño con la mujer. Sin embargo, estoy de acuerdo con los usuarios que apuntan a la metáfora del cuento infantil (el hada madrina vs el ogro malvado —precisamente es en un recodo del bosque donde surge el personaje) y, en este sentido, percibo ahora que sí cumple una función esencial de cualquier historia iniciática que se precie: forzar la capacidad de elección.
No es un detalle baladí que este personaje haya estado tres años en el mismo centro de acogida que Cyril. Se convierte así en una imagen en el presente de lo que el niño podría ser en el futuro. Y, como decía, es significativo que se postule también como posible tutor del menor. Cyril ha de elegir así entre un agente validador de sus acciones agresivas (la canalización de la rabia debido a la pérdida de las figuras paternas a través de la violencia entronca, por cierto, con el excelente film danés "En un mundo mejor") y una figura materna que le censura estas pulsiones pero le ofrece amor verdadero. En este sentido, la elección final del niño compone una perfecta rima con la anterior elección que ya ha efectuado Samantha después del ultimatum de su pareja sentimental ("el niño o yo": una escena, todo hay que decirlo, quizás algo forzada —lo que provoca una cierta sensación de inverosimilitud—, pero que resulta básica en tanto que esa elección se produce delante del niño).
En cambio, el defecto irreparable lo veo en la escena que cierra el film. Probablemente, adheriéndonos a la estimación de la historia como fábula, haya que buscar su significado en el simbolismo evidente del "durmiente" que "despierta" a una nueva vida, la de la madurez.
El problema, no obstante, estriba en la redundancia de insistir en algo que ya ha quedado meridianamente claro, y en la injusticia poética que supone una digresión a favor de la idiosincrasia de dos personajes totalmente secundarios y anodinos, en detrimento del personaje de la mujer-madre, que es quién merece, junto al niño, ese honor.
Y es precisamente la escena anterior a la última la que se nos aparece como un inmejorable y hermosísimo final, con Cyril y Samantha merendando juntos sobre la hierba y pedaleando al unísono con las bicicletas cambiadas. Se visualiza así perfectamente la estación final del tortuoso tránsito entre la crispación inicial y la serenidad; una serenidad existencial tan evocadora y majestuosa como el paseo en el parque entre suegro y nuera que cerraba la obra maestra de Mikio Naruse "La voz de la montaña".
En concreto, me refiero a la figura del camello, cuya primera aparición me resultó descorazonadora, en tanto que desviaba la historia por senderos mucho menos estimulantes que la relación del niño con la mujer. Sin embargo, estoy de acuerdo con los usuarios que apuntan a la metáfora del cuento infantil (el hada madrina vs el ogro malvado —precisamente es en un recodo del bosque donde surge el personaje) y, en este sentido, percibo ahora que sí cumple una función esencial de cualquier historia iniciática que se precie: forzar la capacidad de elección.
No es un detalle baladí que este personaje haya estado tres años en el mismo centro de acogida que Cyril. Se convierte así en una imagen en el presente de lo que el niño podría ser en el futuro. Y, como decía, es significativo que se postule también como posible tutor del menor. Cyril ha de elegir así entre un agente validador de sus acciones agresivas (la canalización de la rabia debido a la pérdida de las figuras paternas a través de la violencia entronca, por cierto, con el excelente film danés "En un mundo mejor") y una figura materna que le censura estas pulsiones pero le ofrece amor verdadero. En este sentido, la elección final del niño compone una perfecta rima con la anterior elección que ya ha efectuado Samantha después del ultimatum de su pareja sentimental ("el niño o yo": una escena, todo hay que decirlo, quizás algo forzada —lo que provoca una cierta sensación de inverosimilitud—, pero que resulta básica en tanto que esa elección se produce delante del niño).
En cambio, el defecto irreparable lo veo en la escena que cierra el film. Probablemente, adheriéndonos a la estimación de la historia como fábula, haya que buscar su significado en el simbolismo evidente del "durmiente" que "despierta" a una nueva vida, la de la madurez.
El problema, no obstante, estriba en la redundancia de insistir en algo que ya ha quedado meridianamente claro, y en la injusticia poética que supone una digresión a favor de la idiosincrasia de dos personajes totalmente secundarios y anodinos, en detrimento del personaje de la mujer-madre, que es quién merece, junto al niño, ese honor.
Y es precisamente la escena anterior a la última la que se nos aparece como un inmejorable y hermosísimo final, con Cyril y Samantha merendando juntos sobre la hierba y pedaleando al unísono con las bicicletas cambiadas. Se visualiza así perfectamente la estación final del tortuoso tránsito entre la crispación inicial y la serenidad; una serenidad existencial tan evocadora y majestuosa como el paseo en el parque entre suegro y nuera que cerraba la obra maestra de Mikio Naruse "La voz de la montaña".