Es extraño que Sam Raimi realice una película que no tenga que ver ni con acción, ni con terror ni con fantasía. Sin embargo, para no tratarse de uno de sus géneros habituales, hay que quitarse el sombrero ante este emocionante drama romántico acerca de la vida de un excelente jugador de béisbol, relatada mediante flash-backs mientras el protagonista juega el último partido de su carrera.

Kevin Costner encarna de forma magistral al mencionado jugador, un pícher de gran talento capaz de eliminar a cualquier bateador con sólo tres lanzamientos. Costner, un veterano que ha alcanzado ya los cuarenta años, se ve en una difícil tesitura: abandonar su gran pasión o seguir jugando un año más traspasado a un equipo distinto al que ha militado toda su vida. Mientras juega el último partido de temporada, Costner repasa el pasado y entonces sucede algo inesperado: llega a la conclusión de que el béisbol no le importa si no puede compartirlo con su gran amor.

Aquí toca hablar de la bellísima Kelly Preston, en un rol muy simpático acerca de una extrovertida mujer que ha tenido una vida muy dura al haberse convertido en madre soltera sin haber alcanzado todavía la mayoría de edad. Preston es una mujer fuerte y valiente en la vida, pero en asuntos del corazón resulta una persona muy frágil. Su relación con Costner está llena de altibajos, cosa lógica al tratarse de un deportista profesional, sin embargo conforme pasa el tiempo cada vez están más unidos, en un relato muy bien narrado, con ciertos toques imaginativos y sin llegar a caer en cursilerías ni excesivas sensiblerías. Además ambos actores desprenden gran química en pantalla, ofreciendo toda clase de registros tanto cómicos como dramáticos, logrando que la película se convierta en una buen relato romántico, con grandes dosis de emoción y cierta incertidumbre en cuanto al desenlace final.

En mi humilde opinión, gustará no sólo a los románticos empedernidos, sino también a quienes no sean amantes de los deportes ni de los romances.