En esa guía imaginaria de lugares que nunca han existido, yo incluiría la Aldea del Arce, posiblemente ubicada al norte de un país desconocido, sin acceso al mar, con un monte de dos picos donde habita un genio y a la que solo puede llegarse tras un largo viaje en coche o en tren. Bienvenidos todos.

El mundo es un lugar mejor gracias a creaciones como esta «Maple Town monogatari», producción japonesa, para que luego digan que el anime es solo violencia y sexo (serán ignorantes...), de 1986. Ante maravillas animadas como esta las palabras se quedan cortas. Yo solo puedo deciros que la veáis. Que viajéis hacia la Aldea del Arce, que conozcáis a Patty, a Mick (¡Mick! ¡Qué grande eres siendo tan pequeño!), a la altiva Diana, al lobo Gretel, a Bobby. Solo puedo deciros que volváis a ser niños con toda vuestra pureza e inocencia, con todas vuestras ganas de vivir y aprender. Solo puedo y debo recomendaros que os adentréis en los bosques de la Aldea, que busquéis fresas entre las matas, que patinéis en el lago helado, que seáis tercos y nobles, que creáis en piratas, en brujas, fantasmas, dioses, y despertéis a lo curiosa, a lo absolutamente curiosa, que es la vida y la existencia. Y que cambiéis una flauta mágica por una caña para pescar estrellas.

Un despliegue animado de calidad extrema que destaca por unos colores pastel y un diseño de personajes fiel a su naturaleza animal que ensalza su salvaje belleza sin restarles un ápice de ternura. Cincuenta y dos capítulos para reír y soñar, para llorar y divertirse a través de emociones reales y valores eternos con guiones cohesionados al detalle que son mini películas de tan trabajados que están y un doblaje excepcional al español que, como ocurre con la canción española «Shamalele Shamala», mejora el original japonés. Por si fuera poco, la historia tiene un principio y un fin en una impactante y nostálgica estructura circular que cierra no solo una serie, sino una etapa de la vida.

Estos dibujos son directamente legendarios.