De todas las películas que vi en bucle de niña, esta es la más especial. Desde una perspectiva adulta tal vez se le puedan poner pegas a la simplicidad de la narración, al ritmo tirando a lento... vamos, por justificar de alguna forma ese 5'9. En lo que a mí respecta, no puedo, ni quiero, hacerle una crítica objetiva a esta película. Afortunadamente para mí, siempre la veré desde mi perspectiva de niña, y así es como voy a valorarla.

En toda su sencillez, esta película es mágica. Si la ves a la edad apropiada se te cuela en el espíritu y te vuelve un poco cherokee, yo puedo dar fe de ello. No le tengo mucha estima a los zapatos y de vez en cuando necesito ir a mi lugar secreto tanto como respirar. Y se me debió contagiar del abuelo algo del espíritu rebelde y del amor por la llegada del sol. Yo, como cualquier niño, también fui un pequeño árbol y me abonaron con esta historia, y eso me encanta. A la misma edad en que memoricé para siempre las tablas de multiplicar, esta película me enseñó a adorar la naturaleza hasta sentirla mi hogar, porque en ella "está el corazón del mundo". Siempre asociaré las montañas con la libertad y cada amanecer con el optimismo, y siempre tendré un lugar al que acudir cuando me sienta perdida. Ahora que la he vuelto a ver de adulta he entendido cuánto de todo eso empezó a hacer mella en mí gracias a esta pequeñita y escondida joya del cine.

Aparte de que la historia es preciosa, el secreto de su capacidad de hacer sentir a cualquier niño que es parte de ella es su indiscutible calidez: en las interpretaciones, en los paisajes casi de ensueño y en un guión sin pretensiones que se queda grabado en la memoria.