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España España · Zaragoza
Voto de el chulucu:
9
Drama Secuela de "Forja de hombres". Una escuela para chicos problemáticos trata de sobrevivir a pesar de la falta de recursos económicos. A pesar de las dificultades, su director (Spencer Tracy) sigue admitiendo a chicos que tienen serios problemas de adaptación como consecuencia de haber tenido una infancia difícil. (FILMAFFINITY)
27 de septiembre de 2013
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando yo era un chaval tenía espejos donde mirarme, tenía películas para aprender a ser un hombre hecho y derecho, para aprender sobre la amistad, la lealtad, el valor, la caridad... Ya no necesitaba que mis padres fueran perfectos, que fueran una excusa para mi comportamiento. Tenía el cine. Películas como "La ciudad de los muchachos" me golpeaban la conciencia más duramente que cualquier imagen sangrienta del penoso cine de hoy en día. Me golpeaba la conciencia y me oprimía el corazón saber que en un lugar llamado Nebraska el padre Flanagan vivía de acuerdo a unos principios muy sencillos y coherentes y yo no.
El padre Flanagan (maravillosamente interpretado, por segunda vez, por Spencer Tracy) sigue pensando que no hay muchacho malo y nadie le convence de lo contrario. Los problemas económicos le acucian pero él sigue incapaz de negarle alojamiento a los chiquillos descarriados que llegan a su puerta. Frente a él, lo de siempre: usureros, pesimistas, violentos, cobardes y... el señor Maitland, el que faltaba. Adinerado, impecablemente vestido, es un 'práctico', un pragmático, un listo. Quiere a Whitey, sí, pero sólo si se hace como él. Cuando se da cuenta de las firmes convicciones del muchacho, lo abandona. El padre Flanagan no. Tiene fe en lo que hace. Y lucha hasta la extenuación. Nos regala una frase para los que lloriqueamos pidiendo ayuda divina cuando nos conviene: "los milagros sólo se le hacen a quienes los merecen".
Norman Taurog dirige la cinta con maestría. Le da ritmo, el tempo perfecto y usa primorosamente los primeros planos. Se apoya en una música sensiblera en exceso pero el resultado para el espectador es de una emoción permanente e "in crescendo". Difícil no derramar lágrimas. La secuencia de la marcha de Whitey con el matrimonio Maitland es absolutamente magistral y conmovedora. La charla del matrimonio con el chico mientras el padre Flanagan permanece de pie apoyado en un mueble y el posterior cara a cara entre el sacerdote y el muchacho nos dejan más blandos que una docena de merengues.
el chulucu
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