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Argentina Argentina · Buenos Aires
Voto de Barda:
8
Bélico. Drama La historia de un grupo de soldados que pasa 24 horas dentro de un tanque, durante la guerra del Líbano, en 1982. (FILMAFFINITY)
20 de agosto de 2010
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera imagen de Lebanon muestra un campo de girasoles mustios: incapaces de levantar su mirada hacia un sol que todavía no llega a imponerles su fuerza. Inmediatamente después la cámara se va hacia el interior de un carro de combate israelí y se queda encerrada allí, adentro del tanque, junto a los cuatro soldados (más algún otro hombre que circunstancialmente entra al rinoceronte, clave utilizada para denominar a ese tanque en las comunicaciones militares). Así durante todo el tiempo que dura la película del director israelí Samuel Maoz. Por más de noventa minutos quien mira acompaña el encierro de un día de esos hombres durante la invasión al Líbano de 1982. Hay tres ojos diferentes que se entrecruzan las miradas: los ojos del tanque, cuyos visores sirven para ajustar la puntería de sus balas y sus cañones y también para atrapar el horror de afuera y meterlo adentro; los ojos de la cámara, en el interior del tanque, en sus rincones, enfocando los rostros, las botas, el lubricante derramado, ojos que no sólo se utilizan para mirar: la cámara capta también los aromas de ese interior abarrotado: olor a diesel, a sudor humano, a sangre, a miedo; y nuestros propios ojos frente a la pantalla, ojos que no son precisamente los que mejor y más pueden mirar, pero son los únicos que de verdad pueden ver lo que los otros miran. He leído que Lebanon es una película antibelicista. No me atrevería a afirmarlo, diría sí, que es angustiante. He leído después que la película tiene demasiados golpes bajos, que su director Maoz estuvo dentro de uno de esos carros de combate cuando tenía veinte años, durante la invasión israelí, que los miedos de los soldados en el interior del tanque expresan los antiguos temores del director. Habrá que aceptar que los soldados israelíes, además de una reiterada costumbre de sacarse fotos con sus prisioneros árabes como souvenir de guerra, también suelen tener miedo. Una hora y media o un día completo adentro de uno de esos tanques, con los cuerpos encogidos, meando en latas, viviéndose como una excrecencia del exterior, achica las esperanzas de cualquiera. De nada sirve el último cuadro: el tanque, capturado por primera vez desde afuera, detenido en medio del mismo campo de girasoles mustios del inicio de la película. El rinoceronte rodeado del amanecer. No hay redención. En la lógica de las invasiones y de las guerras el amanecer no existe.
Barda
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