No considero que se haga hagiografía de la protagonista. Para empezar, no se oculta que se valió del sexo para escalar posiciones en Hollywood. Respecto a su talento como actriz, a lo largo de la narración hay opiniones para todos los gustos.

Marilyn siempre quiso ser respetada como actriz, pero era consciente de que el personaje que ella misma había creado y su fama de sex-symbol la encasillarían para siempre en el papel de “rubia tonta”. En su empeño ingresó en el Actors Studio donde tuvo todo el apoyo de su director Lee Strasberg.

Su carácter imprevisible y caprichoso generó muchas críticas. Las hay de Jack Lemmon, Billy Wilder, Laurence Olivier, o una muy dura de su marido, Arthur Miller, pero la peor crítica la hace ella de sí misma:
“El mejor cirujano para abrirme era Strasberg. Necesito una operación para volver a la vida y curarme de este terrible desasosiego, sea lo que demonios sea… Me abren y no hay absolutamente nada”.

Marilyn nos habla del infierno del insomnio, algo que acecha a muchos artistas famosos. La adicción a los fármacos para poder dormir se convierte en el peor de los monstruos.