El cansino histórico no nació para ser domesticado. Es un perpetuo rebelde y como tal, un ser condenado a ser libre. Eso no quiere decir que el cansino histórico sepa adónde va ni qué espera de la vida. Quizá si lo supiera acabase volviéndose también contra ello, y tal vez por eso el precio que pague por ser tan condenadamente cojonudo sea ir desprovisto de brújula por la vida.

Pero cuidado. El cansino histórico puede no tener ni idea de adónde va ni qué debe hacer, pero que nadie se atreva a decirle al cansino histórico lo que debe hacer. O que algo es sencillamente imposible.

Porque entonces el cansino histórico es capaz de comerse cincuenta huevos (esperando mucho, ya sabes), cavar cincuenta zanjas o incluso encajar cincuenta puñetazos para llevarte la contraria. Y nada podrá agotar ni vencer al cansino histórico, ni siquiera el resto del mundo. Y ya sean molinos en vez de gigantes, o el maldito universo conspirando para separarnos. Esos van listos con el cansino histórico.

Porque cuando un cansino histórico apuesta, sabes que va a ganar. Aunque tenga unas cartas de mierda.