Mediocre producción española, no estoy seguro de si encuadrada en la denominada "escuela de Barcelona", es decir, aquellas películas que en la década de los sesenta se rodaban y producían en Cataluña, con equipos de allí y rodajes en parajes de la región.
Es, por así decirlo, de las películas más conseguidas de Miguel Iglesias a partir de las que hizo en la década de los cincuenta, su mejor época.
No es brillante pero sí que es, aunque más bien discreta, honesta y digna, al no marear al espectador con ínfulas psicológicas que pudieran hacer que los árboles no vieran el bosque. Aquí todo se comprende aunque en realidad no haya en el fondo demasiada sustancia.
Se podría decir que es una variante de "Cuatro confesiones", remake o así de "Rashomon", ya que en esta ocasión también tenemos varios personajes que cuentan a la Policía su versión de los hechos, cada una de ellas parecida pero finalmente distinta de la anterior.
Es una pena que la cinta sea en blanco y negro pues así no podemos disfrutar bien de los bellos paisajes costeros de lugares tan bonitos como Arenys de Mar. La fotografía en blanco y negro a cargo de Jaime Deu Casas es excelente pero en color se habría disfrutado más.
En otro orden de cosas y como siempre ocurría, Mónica Randall está preciosa.
Y respecto a la intriga, no molesta, pero los diálogos del reputado autor teatral Jaime Salom no pueden ser más cursis cuando hablan entre los personajes de Randall y Óscar Pellicer, sobre todo los de él tratando de camelarla.
En resumidas cuentas, que se puede ver tranquilamente pero se olvida con facilidad al no tener personalidad y ser bastante átona.

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