El hecho de cambiar de gustos a lo largo de los años es un fenómeno inevitable para todos los espectadores. Lo que antaño clasificábamos como innovador, ahora se queda atrasado. Lo que hace diez años veíamos como intrascendente, ahora se convierte en histórico. Pues bien: no hay regla que no tenga excepción, y en este caso es Charles Chaplin. Han pasado ya cien años desde su primer film, y a día de hoy sigue sacándonos sonrisas e incluso carcajadas con sus ya inconfundibles gestos, sus absurdas confusiones y su característico papel de embrollador.
En el caso de Charlot en el balneario, nos muestra cómo convierte un día que para cualquiera sería anodino, en una situación cómica. Cabe destacar, además, que a menudo le brinda al espectador una reflexión crítica tras el velo de las múltiples y alocadas escenas en las que siempre destaca algún elemento jocoso. Esta crítica, claramente política, se ve reflejada en las desigualdades sociales que el director se esfuerza en señalar : una sociedad de ricos sumergidos en las apariencias, que siempre necesita de otro eslabón más bajo para que cubra sus dudosas necesidades.