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Voto de Chris Jiménez:
8
20 de junio de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando uno persigue con tanto ahínco la perdición en su existencia lo normal es que siempre le siga a cada paso que dé y alcance a todos aquellos a quienes se cruce en su camino.
Los malditos tienen una estirpe y un destino: los callejones oscuros; allí deben matar o morir, en las sombras de la noche.
"High and Low" destaca entre los títulos de cine negro modernos realizados en Japón, pero Hideo Gosha iba a intentar decantar la balanza a su favor una vez más (su rivalidad con Akira Kurosawa llegaba desde "Yojimbo"). Ya había dirigido, y con mucha dificultad (al ser un director salido del mundo televisivo los trabajadores de las compañías cinematográficas le tenían muy poco respeto), dos títulos imprescindibles del "chambara", su cine por excelencia; tras esto se detuvo para realizar su primer "thriller" criminal, género en el que ya se curtió trabajando para Fuji TV.
Encargándose de la producción la compañía teatral Haiyuza, donde trabaja Tatsuya Nakadai, aquél toma una idea muy anterior (de la que surgió "Three Outlaw Samurai") y la pule junto a Yasuko Ono (quien luego escribirá "Woman of the Lake"), y esa habilidad innata para la escenografía de la acción y el ritmo se demuestra desde ese absorbente inicio que podría ser del primerizo Stanley Kubrick y que remite al mejor cine criminal, donde se nos presenta a través de un blanco y negro pasado por el espectro del negativo y de forma excitante el robo de un maletín lleno de dinero en el garaje de una estación de trenes; cuatro hombres se lo quitan a unos traficantes pero han de esperar dos años pues es el cabecilla, Sengoku, va a ir a prisión, donde también iremos nosotros tras este genial prólogo.
Aquél comparte celda con Oida, un hombre que podía haberse convertido en jefe de su compañía y que sin embargo arrastra una gran culpa al haber atropellado por accidente a un hombre y su hija pequeña; el destino querrá que se unan como socios, y la tarea de Oida tras salir de allí es sencilla: asesinar a los tres colaboradores del robo perpetrado y repartirse el botín. El director se vuelve a adentrar en terrenos sombríos y pesimistas, dando su particular visión de lo que es el Japón moderno de la posguerra, una sociedad hundida y teñida de negro, y nos arrastra como al protagonista, que adopta nuestro punto de vista, a sus entrañas, desvelando así las aristas del mundo de los miserables y los perdedores, el de la quiebra de la moral.
La historia es en sí un sueño roto; con él se inicia (la posibilidad de prosperar gracias al dinero robado) y a todas partes llega al estar poblada de personajes de orígenes truncados y futuro desesperanzador: Motoki, ex-policía que fue un rebelde en su juventud y acabó fugándose con la esposa de un criminal encarcelado; Umegaya, quien trabaja en un club y únicamente vive por el bienestar de su novia Akemi, a la que sin embargo explota como prostituta; y Fuyujima, boxeador retirado al que partieron el brazo.
Gosha compone así una sinfonía de los bajos fondos, con sus truhanes y asesinos, cabarets y lupanares, chicas fuertes de vida disoluta, y expresa esa agitación frenética como un último tránsito ante la muerte y hacia la muerte.
El papel de Oida es el de un intermediario que intenta expiar su pecado aunque la tragedia siempre le persiga.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Rematada con una partitura de juguetones alardes "jazzísticos" cortesía de Masaru Sato y una inolvidable secuencia final, "Gohiki no Shinshi" se perfila como un magnífico "thriller" de desapacibles raíces "noir", negras (como su propio nombre indica) como el carbón y la noche que constantemente cubre el espacio.
Una pequeña joya nipona de los '60 que inevitablemente tuvo que influenciar a posteriores directores como Takeshi Kitano, (Kiyoshi) Kurosawa o Takashi Miike, y en especial a Takashi Ishii para su obra maestra "Gonin". Tras ella, Gosha regresó a su habitual cine de samuráis, y habría que esperar seis años para verle al frente de otro "thriller", de nuevo junto a Nakadai: "Los Lobos".
Los malditos tienen una estirpe y un destino: los callejones oscuros; allí deben matar o morir, en las sombras de la noche.
"High and Low" destaca entre los títulos de cine negro modernos realizados en Japón, pero Hideo Gosha iba a intentar decantar la balanza a su favor una vez más (su rivalidad con Akira Kurosawa llegaba desde "Yojimbo"). Ya había dirigido, y con mucha dificultad (al ser un director salido del mundo televisivo los trabajadores de las compañías cinematográficas le tenían muy poco respeto), dos títulos imprescindibles del "chambara", su cine por excelencia; tras esto se detuvo para realizar su primer "thriller" criminal, género en el que ya se curtió trabajando para Fuji TV.
Encargándose de la producción la compañía teatral Haiyuza, donde trabaja Tatsuya Nakadai, aquél toma una idea muy anterior (de la que surgió "Three Outlaw Samurai") y la pule junto a Yasuko Ono (quien luego escribirá "Woman of the Lake"), y esa habilidad innata para la escenografía de la acción y el ritmo se demuestra desde ese absorbente inicio que podría ser del primerizo Stanley Kubrick y que remite al mejor cine criminal, donde se nos presenta a través de un blanco y negro pasado por el espectro del negativo y de forma excitante el robo de un maletín lleno de dinero en el garaje de una estación de trenes; cuatro hombres se lo quitan a unos traficantes pero han de esperar dos años pues es el cabecilla, Sengoku, va a ir a prisión, donde también iremos nosotros tras este genial prólogo.
Aquél comparte celda con Oida, un hombre que podía haberse convertido en jefe de su compañía y que sin embargo arrastra una gran culpa al haber atropellado por accidente a un hombre y su hija pequeña; el destino querrá que se unan como socios, y la tarea de Oida tras salir de allí es sencilla: asesinar a los tres colaboradores del robo perpetrado y repartirse el botín. El director se vuelve a adentrar en terrenos sombríos y pesimistas, dando su particular visión de lo que es el Japón moderno de la posguerra, una sociedad hundida y teñida de negro, y nos arrastra como al protagonista, que adopta nuestro punto de vista, a sus entrañas, desvelando así las aristas del mundo de los miserables y los perdedores, el de la quiebra de la moral.
La historia es en sí un sueño roto; con él se inicia (la posibilidad de prosperar gracias al dinero robado) y a todas partes llega al estar poblada de personajes de orígenes truncados y futuro desesperanzador: Motoki, ex-policía que fue un rebelde en su juventud y acabó fugándose con la esposa de un criminal encarcelado; Umegaya, quien trabaja en un club y únicamente vive por el bienestar de su novia Akemi, a la que sin embargo explota como prostituta; y Fuyujima, boxeador retirado al que partieron el brazo.
Gosha compone así una sinfonía de los bajos fondos, con sus truhanes y asesinos, cabarets y lupanares, chicas fuertes de vida disoluta, y expresa esa agitación frenética como un último tránsito ante la muerte y hacia la muerte.
El papel de Oida es el de un intermediario que intenta expiar su pecado aunque la tragedia siempre le persiga.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Rematada con una partitura de juguetones alardes "jazzísticos" cortesía de Masaru Sato y una inolvidable secuencia final, "Gohiki no Shinshi" se perfila como un magnífico "thriller" de desapacibles raíces "noir", negras (como su propio nombre indica) como el carbón y la noche que constantemente cubre el espacio.
Una pequeña joya nipona de los '60 que inevitablemente tuvo que influenciar a posteriores directores como Takeshi Kitano, (Kiyoshi) Kurosawa o Takashi Miike, y en especial a Takashi Ishii para su obra maestra "Gonin". Tras ella, Gosha regresó a su habitual cine de samuráis, y habría que esperar seis años para verle al frente de otro "thriller", de nuevo junto a Nakadai: "Los Lobos".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Y es que la trama se dispone casi de forma episódica, con él persiguiendo a cada uno de los hombres que ayudaron a Sengoku en el robo, tipos que representan a la estirpe de los malditos de la sociedad (bien señalado en el título, pues el "-hiki" que acompaña a "Go-" se usa en japonés para contar animales, no personas), tipos con un pasado en el que el cineasta se inmiscuirá para ante todo permitir una solidarización con ellos, con los criminales, porque hasta los criminales son humanos.
En esta violenta aventura de expiación, Sengoku es el maestro de ceremonias que tira de los hilos desde las sombras, un personaje que representa fielmente la corrupción moral de la sociedad japonesa.
Mientras, Oida ocupa el rol de un ángel caído (irá siempre ataviado de negro tétrico) en su búsqueda de redención. Entre ellos, dos tipos inquietantes y destructivos, los dueños del dinero robado (casi un trasunto de la pareja de asesinos del clásico de Don Siegel "Contrabando") y Tomoe, hija de Motoki, que se convertirá en el reflejo de lo que Oida arrebató en su vida anterior. Ocupando el lugar de padre provisional, éste recorrerá el oscuro, sucio y asfixiante entorno junto a la pequeña, prefigurando a la feudal pareja padre-hijo de "Kozure Okami".
El blanco y negro de tonos expresionistas gracias a la excelente labor de fotografía de Tadashi Sakai y la evidente atracción de Gosha por el género negro modela una atmósfera muy bien transcrita de melancólica frialdad (la lluvia y la nieve, que no dejan de cubrir el espacio) y calor bochornoso al mismo tiempo (los cuerpos de las bailarinas, sudorosas, en la pista del club), y la utilización de los escenarios, decorados y accesorios es de una fuerza tal que casi roza el onirismo (como en la secuencia del muelle en que Umegaya, moribundo, confiesa a Oida que va a emprender un largo viaje con su querida Akemi, muerta ante ellos).
El director hace emerger lo poético desde lo más tremendamente doloroso, y al tratarse de una trama dominada por un exiguo plazo de tiempo que está a punto de tocar a su fin, la emoción del ritmo nunca decrece, y la carrera por la redención de los pecados se dará de bruces con la codicia y el oportunismo, dos conceptos perfectamente encarnados en Oida y su negativa silueta de proyección, Sengoku. Este ritmo fluye constantemente y los paréntesis dramáticos no lo ralentizan, sino que brindan una cada vez mayor profundidad psicológica a la historia y sus personajes, cuya violencia desgarradora se corresponde con los más bajos instintos del ser humano.
Es la violencia de Gosha, áspera y brutal, la que confiere esos tonos tan desasosegantes al film, sobre el cual planean las sombras de los ejercicios "noir" tanto estadounidenses y europeos (los patrones del "polar" están claramente heredados) como por supuesto nipones (antes de Gosha llegaron Kurosawa, Kobayashi, Suzuki, Masuda, Okamoto y muchos otros...). Y es que Ono y el cineasta, sin adentrarse en los lindes del cine yakuza, mantienen la intriga de manera muy acertada en los del "noir", exudando el aroma de la más clásica "crook story" y "hard-boiled" novelesca (la de Leonard, Hammett, Seishi Yokomizo, W.R. Burnett o Haruhiko Oyabu).
Mikijiro Hira, Ichiro Nakatani, Kunie Tanaka, Hisashi Igawa, Toshie Kimura, un repulsivo Hideyo Amamoto y la aún muy pequeña Yukari Uehara brindan notables actuaciones.
Por su parte Gosha se encuentra por primera vez con Tatsuya Nakadai, inmenso como de costumbre, quien más tarde se convertirá en uno de sus actores habituales.
En esta violenta aventura de expiación, Sengoku es el maestro de ceremonias que tira de los hilos desde las sombras, un personaje que representa fielmente la corrupción moral de la sociedad japonesa.
Mientras, Oida ocupa el rol de un ángel caído (irá siempre ataviado de negro tétrico) en su búsqueda de redención. Entre ellos, dos tipos inquietantes y destructivos, los dueños del dinero robado (casi un trasunto de la pareja de asesinos del clásico de Don Siegel "Contrabando") y Tomoe, hija de Motoki, que se convertirá en el reflejo de lo que Oida arrebató en su vida anterior. Ocupando el lugar de padre provisional, éste recorrerá el oscuro, sucio y asfixiante entorno junto a la pequeña, prefigurando a la feudal pareja padre-hijo de "Kozure Okami".
El blanco y negro de tonos expresionistas gracias a la excelente labor de fotografía de Tadashi Sakai y la evidente atracción de Gosha por el género negro modela una atmósfera muy bien transcrita de melancólica frialdad (la lluvia y la nieve, que no dejan de cubrir el espacio) y calor bochornoso al mismo tiempo (los cuerpos de las bailarinas, sudorosas, en la pista del club), y la utilización de los escenarios, decorados y accesorios es de una fuerza tal que casi roza el onirismo (como en la secuencia del muelle en que Umegaya, moribundo, confiesa a Oida que va a emprender un largo viaje con su querida Akemi, muerta ante ellos).
El director hace emerger lo poético desde lo más tremendamente doloroso, y al tratarse de una trama dominada por un exiguo plazo de tiempo que está a punto de tocar a su fin, la emoción del ritmo nunca decrece, y la carrera por la redención de los pecados se dará de bruces con la codicia y el oportunismo, dos conceptos perfectamente encarnados en Oida y su negativa silueta de proyección, Sengoku. Este ritmo fluye constantemente y los paréntesis dramáticos no lo ralentizan, sino que brindan una cada vez mayor profundidad psicológica a la historia y sus personajes, cuya violencia desgarradora se corresponde con los más bajos instintos del ser humano.
Es la violencia de Gosha, áspera y brutal, la que confiere esos tonos tan desasosegantes al film, sobre el cual planean las sombras de los ejercicios "noir" tanto estadounidenses y europeos (los patrones del "polar" están claramente heredados) como por supuesto nipones (antes de Gosha llegaron Kurosawa, Kobayashi, Suzuki, Masuda, Okamoto y muchos otros...). Y es que Ono y el cineasta, sin adentrarse en los lindes del cine yakuza, mantienen la intriga de manera muy acertada en los del "noir", exudando el aroma de la más clásica "crook story" y "hard-boiled" novelesca (la de Leonard, Hammett, Seishi Yokomizo, W.R. Burnett o Haruhiko Oyabu).
Mikijiro Hira, Ichiro Nakatani, Kunie Tanaka, Hisashi Igawa, Toshie Kimura, un repulsivo Hideyo Amamoto y la aún muy pequeña Yukari Uehara brindan notables actuaciones.
Por su parte Gosha se encuentra por primera vez con Tatsuya Nakadai, inmenso como de costumbre, quien más tarde se convertirá en uno de sus actores habituales.