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Voto de Chris Jiménez:
7
Drama El abogado de un sujeto acusado de violación alega que su cliente estaba bajo la influencia de un libro pornográfico. (FILMAFFINITY)
1 de junio de 2023
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El mayor juicio de la Historia de Norteamérica celebrado para condenar la obscenidad por culpa de la lectura "más depravada jamás escrita" da pie a una de esas extrañas y fascinantes historias que merecen descubrirse, empezando por el artífice de la misma, el valiente y directo Irving Wallace...

Si en "The Man", adaptada mucho después, planteaba el ascenso al poder político de un hombre negro, vaticinando muchas cosas, en "The Seven Minutes" aborda, a lo largo de más de 600 páginas, una lucha encarnizada tras las puertas de los juzgados entre los defensores de la libertad de expresión y aquellos que, por medio de los más pérfidos trucos, la atacan sin piedad a partir de los supuestos terribles efectos de la novela ficticia que da nombre a la obra. Y el más inusual de los cineastas fue contratado para llevarla a la gran pantalla, un Russ Meyer que había tocado el techo de su creatividad y su éxito gracias a la indómita locura anti-Hollywood de "El Valle de los Placeres".
Pero esto se situa a otro nivel. Los de Fox están contentos con él y creen que vale para algo más que para la explotación sexual y la provocación vulgar, le dan el presupuesto más grande que tuvo, motivo de su aceptación, y le alientan usando los percances de la censura que él mismo sufrió desde que empezara a filmar y distribuir sus películas, tildadas siempre de "basura pornográfica" por los sectores conservadores. De hecho desde la primera escena somos testigos de la absurda atención que la sociedad norteamericana, tan pacata, presta a ciertas cosas olvidando otras mucho más importantes.

Dos agentes deben detener al empleado de una librería por ofrecer "material obsceno", pero uno de ellos (el gran Charles Napier) se queja: "Hay un criminal en este barrio y venimos a arrestar a un maldito vendedor...". Se puede decir más alto pero no más claro, en la línea del estilo de Wallace; a partir de aquí se arma una intriga donde dos hombres en representación de dos posturas muy importantes e influyentes se enfrentan. Por un lado el abogado Barrett, amigo del editor del libro confiscado y en defensa de esa libertad de expresión, vital para cualquier artista o divulgador, vital para despertar la conciencia social.
Por otro el fiscal Duncan, defensor de la moralidad en extremo opuesto, de las tradiciones bienpensantes de la comunidad, un personaje repulsivo al esbozarlo Wallace como un hipócrita que a espaldas de los grupos conservadores de los cuales es portavoz actúa en puro beneficio personal por ambiciones políticas y forma parte de otro grupo que opera en la sombra, liderado por Yerkes, hombre de negocios, un repulsivo personaje, de extrema fealdad gracias a la mala sombra de Jay Flippen (podría ser la caricatura de Meyer del abogado y empresario Charles Keating, que tantos dolores de cabeza le dio cuando impugnó "Vixen" por obscena...y que más tarde resultó culpable de estafas y fraudes fiscales).

De esta calaña se quiere quejar el director, de personalidades de poder empresarial y político que en público dicen luchar a favor de la higiene moral pero en privado organizan proyecciones de películas pornográficas, y acompañados de señoritas 40 años más jóvenes que ellos. El tipo de gentuza que usa la polémica de "The Seven Minutes" para tapar la terrible violación que ha cometido el hijo de un magnate de la publicidad, ni más ni menos que una condena oportunista a la propia libertad de expresión para justificar crímenes mucho peores.
Con estos ribetes de rabiosa denuncia el guión sigue la lógica del drama judicial, con el arquetipo del valiente abogado que lo sacrifica todo reuniendo pistas y testigos aquí y allá mientras fuerzas ocultas lo impiden a cada minuto. Esto sobre el papel resultaría un tedio considerable, pero Meyer lo pasa por el filtro de sus propias obsesiones y tan peculiar estilo; y lo que debería ser rigurosidad, convencionalismo narrativo y seriedad se vuelve un arriesgado e innovador ejercicio en base a un montaje experimental donde los sucesos fluyen a ritmo de vértigo entre abruptos cortes entre planos, ángulos extraños y colorida estética de clara influencia "british".

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Y aun siendo fiel a los dispositivos del drama (la aparición de más testigos hasta que el héroe de turno tiene la gran prueba concluyente en sus manos de la manera más inverosímil), pero sin llegar a las grandes dimensiones del juicio de la novela (aquí todo parece mantenerse dentro de los círculos conspiratorios y sin hacer hincapié en la opinión pública) y modificando ligeramente la resolución del caso (pues es nada menos que la diva Yvonne de Carlo quien participa aquí), el de California nos atrapa en una maraña de intrigas cuya tensión no deja de acumularse hasta un explosivo (y casi orgásmico) clímax que ni siquiera un servidor vio venir.
Su mayor hándicap es que dada la extensión de la novela y del catálogo de personajes ciertos sucesos ocurran demasiado rápido (el episodio de la llegada a New York es mucho más largo en las páginas) y muchos actores no tengan en pantalla el tiempo que merecían, como John Sarno, Lyle Bettger, un joven Tom Selleck o la mujer de Meyer en ese momento, Edy Williams (que desaparece sin previo aviso de la historia). La respuesta, tanto de crítica como de público, a pesar de la dedicación, riesgo y coraje de éste, fue lo suficientemente desastrosa como para decidir hacer las maletas y largarse de los dominios de Fox para siempre.

Deja, eso sí, uno de los alegatos más valientes del cine norteamericano acerca del derecho que todos los ciudadanos, no sólo de EE.UU., sino de todo el Mundo, deberíamos tener: el derecho a la expresión.
Libertad que siempre se nos niega.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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